Orientación republicana

Tatiana Acevedo Guerrero
25 de febrero de 2018 - 04:55 a. m.

En los meses y días que anteceden a las elecciones, se multiplican versiones sobre cómo nos han gobernado en el pasado. Entre los distintos argumentos se repite que siempre hemos estado bajo el control de la oligarquía; que las élites políticas han sido desde hace muchísimo tiempo las mismas élites económicas endogámicas y que el país ha estado por décadas a merced de grupos de primos y cuñados de la alta sociedad que no han representado vertientes distintas pues no albergan entre sí mayores diferencias ideológicas.

El cuento, sin embargo, ha sido bastante más culebrero. La historia de los partidos políticos a lo largo del siglo XX estuvo cundida de fricciones y cada partido tenía sus propias facciones de derecha y centro. En el liberalismo fueron también varios los que, agrupados en disidencias (como el MRL) o alrededor de revistas (como Acción Liberal) se autodenominaron alas de izquierda. Sobre todo hubo desacuerdos en torno al papel de la iglesia católica en el Estado, el rol o futuro de las ciudades y del campo y lo que tenía que ver con las políticas de disminución de la desigualdad.

En cuanto a la religión, cabe recordar que la cúpula católica tenía votos dentro de la elección de los candidatos conservadores a la Presidencia. O, también, que la oposición a toda máquina de los directorios del conservatismo a la reforma educativa de López se hizo con argumentos entre religiosos y racistas. Las reformas de 1936, decía el manifiesto de los obispos y el diario El Siglo, “entrañan disposiciones odiosas y sanciones exorbitantes como la que obliga a recibir en los colegios privados a los hijos naturales y sin distinción de raza ni de religión”. El comunicado concluía: “Pero hacemos notar que siendo la ley una ordenación de la razón para el bien común, no es ley ni obliga en conciencia la que va contra el bien común, la que es contraria a la ley de Dios y a la verdad religiosa. Este es el caso en que se debe obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Pese a que ambos partidos tradicionales estaban compuestos por gente de todas las clases sociales, hubo siempre diferencias ideológicas con respecto al ascenso y la justicia social. Empezando los años 40, el liberal Carlos Lozano explicó estas diferencias en una entrevista. “Una fácil travesura que me ha permitido a través de los años identificar a cualquier conservador desconocido, sin preguntarle su filiación política, es la de llevar el análisis a la cuestión de la muchedumbre”, afirmó. “El conservador habla de la plebe o de la chusma. La plebe no puede tener razón. Es ignorante, bárbara, estúpida. Su sola presencia es el motín (…) El liberalismo ha sido en todas partes el partido del pueblo, y en Colombia el pueblo lo sabe. Si el conservatismo ha tenido y tiene masas es por una sola razón: por el problema de la fe religiosa”, resumió.

El panorama en cuanto a democratización del acceso a la política formal es todavía más complejo. Las cúpulas de cada partido cambiaron en la medida en que directorios y curules empezaron a ser dominados, ya no por señoritos de club, sino por hombres y mujeres de clase media o clases populares que aprendían la política como profesión y fórmula de ascenso social. Este proceso no fue exclusivo del partido liberal, pues mientras Julio César Turbay se burlaba de “los oligarcas en comisión dentro de la revolución”, Belisario Betancur hacía comentarios parecidos mientras ascendía dentro del partido conservador de Antioquia. Este proceso, sin embargo, se estrelló con la explosión social que significó el narcotráfico. La política partidista, que empezaba a ser más incluyente, se criminalizó.

 

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