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Osama contra Obama

Andrés Hoyos
17 de diciembre de 2008 - 02:50 a. m.

EL TERROR INTERNACIONAL ES EL signo de los tiempos y seguirá siéndolo mientras no pasen tres cosas: 1) que de alguna manera la fuente se seque, algo que no se vislumbra, 2) que sean capturados los cabecillas que lo promueven, algo quizá más factible y 3) que los gobiernos aprendan a reaccionar en su contra. Esto último, a su vez, depende sobre todo del presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama.

Es una verdadera lástima que el primer episodio de la reinvención del terror a gran escala en nuestro siglo haya tenido a dos protagonistas tan contrastados. De un lado estaba Osama Bin Laden, un auténtico genio del mal, y del otro un tipo medio pendejo al que los gringos eligieron presidente porque lo consideraban divertido para tomar cerveza con él: George W. Bush.

Bin Laden entendió que la gran ventaja del terror consiste en utilizar en su favor la inmensa fuerza del contrario. Así, con el ataque a las Torres Gemelas logró que la mayor potencia del mundo le hiciera primero una propaganda colosal y luego, de ñapa, que invadiera al país equivocado, Irak. Las consecuencias de esta invasión estúpida prometen durar décadas. ¡Fue tan fácil! A Bin Laden le bastó con reclutar a un grupo selecto de suicidas, en medio de la amplia oferta existente. Aunque el fenómeno no es fácil de entender para un occidental, las sociedades musulmanas producen a estos islamikases en abundancia debido a lo que alguien en otro contexto llamó el “no futuro”. La mezcla es letal: explosión demográfica, profundo estancamiento vital y nada qué hacer en la edad de las máximas hormonas. Vidas parecidas a éstas se desperdician con relativa facilidad. En realidad, el espíritu islamikase estaba ahí desde hacía mucho tiempo, sólo que faltaba el ejemplo para desatarlo, y vaya si han ido llenando el panteón de “héroes” en estas décadas.

La caja de Pandora abierta por Bin Laden no se puede volver a cerrar así no más, sobre todo porque Al Qaeda, más que una organización, es una marca bajo la cual resulta fácil cobijarse. Por ejemplo, la cuadrilla suicida que ensangrentó a Mumbai el mes pasado opera como Al Qaeda, si bien puede no tener lazos orgánicos con Bin Laden. ¿Qué tiene que hacer alguien para obtener la franquicia y aprenderla a operar? Sencillo: aparte de estar loco y desesperado, debe leer con cuidado los periódicos y mirar la televisión. Hay manuales de facto en internet. La publicidad, por lo que queda dicho, le sale gratis.

Entra en escena Barack Obama, un tipo calmado y cerebral. A despecho de su falta de experiencia, o quizás debido a ella, el hombre entendió que debía clausurar el capítulo de Irak, con todo y que la posguerra allí se anuncia medio espantosa, pues los que dicen que una vez idos los gringos aquello se parecerá a Suiza, se engañan de forma cruel.

A mí el nuevo presidente americano me parece un tipo admirable, pese a lo cual tengo serias dudas de que sea capaz, por ejemplo, de cerrar la profunda herida del conflicto palestino-israelí, condición sine qua non para desmontar el ideal terrorista. Tampoco se ve con claridad qué podría hacer para que esas sociedades musulmanas estancadas, teocráticas y reacias a la democracia echen a andar de veras, quitándole oxígeno a la red suicida. Está, además, la histérica sed de petróleo, que todo lo distorsiona.

La película es peliaguda y la palabra “fin” no se vislumbra por ninguna parte.

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