Otra mancha

Piedad Bonnett
18 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

Las tragedias absurdas pueden suceder en cualquier parte, pero son más frecuentes en países subdesarrollados, donde a la pobreza se suma falta de control de las autoridades, improvisación, carencia de medidas preventivas, corrupción y, sobre todo, esa informalidad que es producto del “sálvese quien pueda”, y que hace riesgosas muchas actividades. Cada tanto oímos de viajeros que naufragaron en barcazas con sobrecupo o sin equipos salvavidas; de accidentes en parques de diversiones, buses de servicio público o ascensores sin mantenimiento; de aplastamientos por estructuras que se derrumbaron. Accidentes que nos hacen llevarnos las manos a la cabeza, indignados de ver tanta irresponsabilidad.

A este tipo de tragedias pertenece el atroz accidente en el que perecieron dos jóvenes soldados que colgaban de un helicóptero sosteniendo una bandera, en alarde de audacia y destreza frente a la multitud. Cualesquiera que hayan sido las razones —no muy claras todavía, a la hora de escribir esta columna—, produce vergüenza que eso haya sucedido bajo la responsabilidad de la FAC, que queda muy mal parada. Las palabras del general que los despidió (“¡Adiós, soldados del aire! Dejan en tierra a un equipo azul afligido, pero resiliente, que les rendirá tributo permanente. Su legado será imperecedero, al igual que su valentía”) no dejan de sonar huecas y pomposas, sobre todo cuando sabemos que una de las víctimas le expresó a su padre el día anterior que no quería participar de tales maniobras porque dudaba de su seguridad. Si esto sucede en una revista aérea, durante unas fiestas, es muy posible que pase o haya pasado en otras circunstancias y ni siquiera trascienda. Pues ya sabemos de la tendencia de ciertos mandos a ocultar lo que los desprestigie, como ha quedado de manifiesto recientemente cuando se reveló que los militares que están denunciando “falsos positivos” o corrupción interna han estado sufriendo presiones y amenazas.

A veces la realidad se encarga de crear su propia simbología. El accidente de la cuerda rota, que muestra como mínimo imprevisión de los encargados de tales maniobras, se constituye en una mancha que viene a ahondar la imagen de desprestigio que persigue a las Fuerzas Armadas, ahora que se ha revelado la existencia de una tremenda red de corrupción dentro de ellas, y que se ha vuelto a hablar del involucramiento de algunos de sus miembros en el asesinato de Jaime Garzón y de Álvaro Gómez Hurtado. Convendría, por el honor de la FAC, que haya sanciones contra los que, por omisión, negligencia, o lo que sea, permitieron que ocurriera el accidente. Y convendría también, por supuesto, que el Gobierno y los altos mandos se decidieran de una vez por todas a llevar a cabo la depuración que el Ejército está necesitando, en vez de estar tapando las faltas de sus miembros o persiguiendo a los que denuncian. Resulta increíble que rechacemos la descomposición moral de los militares venezolanos, mientras aquí estamos en las mismas. Recuperar la credibilidad de las Fuerzas Armadas es algo que se merecen los muchos soldados honrados que han elegido la milicia como una opción de vida.

 

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