Otra vez humanos

Ignacio Zuleta Ll.
12 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Mi columna anterior, previa a la primera vuelta, culminaba con una cierta incertidumbre: “La cosa es delicada, las opciones muy arduas, pero finalmente habrá que decidirse por el agua”. Y así he hecho. El agua para mí es el símbolo de la fluidez, el remedio esencial para la sed, el elemento natural sin el cual no hay vida, y ese símil aplicado a la política me condujo a decidirme: mi voto será por Gustavo Francisco Petro.

Hacía años que en mi vida de ciudadano activo no sentía que el país podría cambiar. Pero mi contacto en algunas actividades universitarias con una juventud entusiasmada, la cátedra de economía política lúcida, coherente e incluyente del programa de Petro, la animadversión natural por el modelo caduco y literalmente feudal de nuestros “políticos” y mi propia sed de ver plasmados los sueños de paz, igualdad, inclusión y distribución equitativa de la enorme riqueza del país, me devuelven la esperanza. Y, por primera vez en décadas, voto por un programa y no en contra de algo o de alguien.

No soy un analista, pero he reflexionado, he mirado las opciones con un juicio inusual, he calibrado mis ideas y mis emociones, he vuelto a disfrutar de la libertad que ofrece el sistema democrático —imperfecto, humano y por ello apasionante y vivo—.

Me tiene sin cuidado la personalidad de un candidato. No me engaño con promesas de alto vuelo ni me asusto. Los políticos operan desde siempre con una dinámica de mimesis. Pero mi voto es ético, por un programa sólido de antiguas ambiciones liberales en el que el Estado no sea un sirviente del dinero, sino un servidor y garante de los derechos ciudadanos; opto por una concepción del Estado social de derecho y por el respeto a los otros en su diversidad enriquecedora, dialogando; elijo comprometerme con el agua amenazada por la necedad extractivista codiciosa; escojo una salud pública recuperada de las garras de un comercio repugnante de la vida.

Y también resueno con la idea de volver a los ferrocarriles, limpios y eficientes, que desafíen a la mafia privada del transporte cuyas ganancias son proporcionales al encarecimiento de nuestros productos básicos porque somos nosotros los que en últimas pagamos el etanol, los peajes y las coimas de Odebrecht.

Me entusiasma que se hable de nuevo de una reforma del agro, aplazada por siglos, pues la vergonzosa concentración de la tierra en las manos de unos pocos ha sido la causa fundamental de la violencia desde el comienzo de la República. ¿Cómo pues no vibrar con la posibilidad de hacer un tránsito hacia una productividad sostenible del campo dirigido al bienestar de los campesinos colonos o ancestrales, desarraigados a las malas, y retornar al terruño con garantías mínimas de paz, dignidad y educación? ¿Cómo no decidirse por una educación superior pública y gratuita que privilegie al ser humano por encima de las voracidades del mercado y no establezca como prioridades el fallido “crecimiento ilimitado” y el cultivo perverso de la codicia individual perpetuando unos privilegios monetarios cuando podemos cooperarnos y crecer? ¿Cómo no seguir dando la batalla por la equidad de género y apoyar a las mujeres como Ángela María que se la juegan toda?

Es tiempo de cambiar. Camino largo, pero hay que comenzar por algún lado y un candidato solo no la logra: no es “allá el presidente en esa vacaloca”. El país somos todos y cada comunidad organizada lo conforma. La posibilidad real de humanizarnos estará este domingo en nuestras manos.

 

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