Otro ministro

Esteban Jaramillo Gutiérrez nació en Abejorral en 1874. Fue becario del liceo de la Universidad de Antioquia y estudiante de la misma universidad. Hizo carrera en el pueblo, donde su padre había sido fiscal del juzgado del circuito. Pudo estudiar un poco en París y luego en Estados Unidos. Como tantos hombres en la Antioquia de finales del siglo XIX, Jaramillo hizo parte del oficialismo conservador y de los gobiernos nacionales en Bogotá. Trabajó, por ejemplo, como ministro de Agricultura y Comercio del presidente Marco Fidel Suárez, otro antioqueño de Hatoviejo. En la Bogotá de comienzos del siglo XX, con el país urbanizándose sin la fuerza institucional necesaria para extender servicios públicos a las nuevas ciudades y saliendo despacito de los coletazos de la guerra civil, el gobierno de Suárez tuvo que lidiar con oposición dentro de su propio partido.

Así, en medio de una recesión económica, de los ataques desde el propio conservatismo y en compañía de un presidente bastante impopular, Jaramillo escribió, impulsó e hizo posible la Ley 56 de 1918 con la que el Congreso estableció el impuesto a la renta —que ordenó gravar la renta proveniente del capital con un 3 %; la proveniente del capital combinado con la industria, en un 2 %, y la renta del trabajo, con el 1 % anual—. En aquellos días Jaramillo anunció que con el impuesto se sentaban “las bases de la regeneración fiscal de Colombia” pues se gravaría “a cada uno según su capacidad”.

En la Colombia de aquel momento, cundida de jerarquías de todo tipo, el ministro explicó que la “nueva” ley servía tanto a ideales financieros como a ideales sociales: “No deja grandes fortunas al margen de las leyes fiscales, consulta los derechos inmanentes del Estado y las obligaciones primordiales de los ciudadanos”. Poniendo el pecho a los años 20 que traerían tantos cambios y aceleraciones, Jaramillo añadió que el impuesto a la renta “llegará a ser en Colombia, dentro de pocos años, fuente de desahogo fiscal y elemento de gran valía para poner al Gobierno en capacidad de darle un impulso vigoroso al progreso del país”.

Pese a las limitaciones del mentado impuesto a la renta (las tarifas eran muy bajas, carecía de progresividad, el control era deficiente), el país contó, quizá por primera vez, con una herramienta de solidaridad forzada, entre muy ricos y todos los demás. La tarea de pasar la ley no fue fácil, pero en un Congreso tan caldeado ayer como hoy el ministro logró las concesiones, negociaciones y consensos requeridos para hacer política pública. Aunque son muchas las críticas a las gestiones de Jaramillo, quien fue ministro durante buena parte de la Hegemonía Conservadora, pudo sacar adelante no sólo el impuesto a la renta, sino varias otras reformas a lo largo de su carrera. Muchos le creían, le tenían confianza y en la prensa de entonces los ataques más fundamentados nunca fueron contra él.

A algo distinto asistimos hoy. Porque, además de la pandemia, la impopularidad del presidente y la oposición del propio partido de gobierno, el problema para pasar cualquier reforma tributaria es el propio ministro. La gente sospecha de Carrasquilla y este temor hacia su gestión lo ha labrado a pulso. Fue él quien durante su tiempo como ministro de Uribe impulsó el proyecto de flexibilización laboral, que inauguró los contratos de prestación de servicios y la utilización de contratos laborales a término fijo. Introdujo también los bonos del agua, que tienen hoy desastrosas consecuencias en la cotidianidad de tantos municipios. Y está todo el lío, nunca bien explicado, de la empresa que se benefició económicamente de los títulos de deuda pública que él mismo impulsó (luego todo se mezcló fangosamente con una vinculación a los Panama Papers). Tanta desconfianza hace que el contenido de la reforma pase a un segundo plano.