¿Otro Watergate?

Luis Carvajal Basto
23 de abril de 2018 - 02:00 a. m.

La demanda presentada el viernes pasado por el Partido Demócrata, contra la campaña Trump, WikiLeaks y el gobierno Ruso, por una supuesta intervención en las comunicaciones de la campaña Clinton, no deja de recordar los hechos que motivaron, finalmente, la renuncia de Nixon. También  pone de presente las nuevas posibilidades de fraude electoral en la era digital.

De acuerdo con  hechos conocidos desde las elecciones, y denunciados apenas ahora, se trató de una conspiración que infiltró los correos electrónicos de la candidata Clinton y su campaña para que fueran utilizados en un momento decisivo. En la parte más álgida; en la última semana de unas elecciones reñidas  en las que Clinton incluso ganó en el voto popular y pudo ser suficiente para inclinar la balanza de la opinión en su contra.

En ese momento, luego del ojo afuera, el presidente Obama, tres semanas antes de entregar su gobierno, expulsó 35 diplomáticos rusos por hackeo. Se anticipaban dificultades en la gobernabilidad del presidente electo aunque ni Obama ni Hillary Clinton hubiesen ejercido, en el último año, algún tipo de oposición fundamentada en esos hechos.

Si los correos de la campaña demócrata y su candidata fueron intervenidos, el asunto se parece mucho a Watergate, con una diferencia tecnológica o, más bien, digital: a cambio de ladrones que robaban archivos y tomaban fotos, tenemos ahora piratas en red que no solo acceden a información privada si no que inciden y modelan, con base en esa información, a la opinión pública. Por otra parte, claro, la intromisión de una potencia extranjera; el otro polo de la ex guerra fría.

Al margen de  las investigaciones de la justicia norteamericana y el congreso, en este laboratorio de análisis político, se observan asuntos más de fondo: Las características de la política en la era global y digital; la capacidad de intervención del ejecutivo, el equilibrio de poderes, y la puesta a prueba de las instituciones democráticas. Periodistas y medios siguen allí, como en Watergate, casi 50 años después.

Antes de conocerse  la utilización de la información privada de millones de usuarios de Facebook, desde esta columna anticipábamos la influencia en las decisiones electorales que ya tenía el uso de esa información al afirmar (1 de enero de 2017) “…en esas elecciones se usó el mejor arsenal disponible  de armas  como el conocimiento del elector  y la tecnología  necesaria para alterar sus preferencias en el momento más oportuno. Las acusaciones a la señora Clinton  y la divulgación de sus correos hackeados la última semana de campaña, fueron definitivas. No se trata  de influencia de las redes o  divulgación a través de ellas de mentiras sin responsabilidad editorial: es la manipulación de emociones y sentimientos, en este caso negativos, previa identificación de electores y tendencias…”

Quizás ahora, luego de Cambridge Analítica, la cosa se entienda mejor y pronto se traduzca en una legislación para la era digital ,y estas nuevas formas, mucho más sofisticadas , de alteración de las conductas electorales: Como consecuencia de la disponibilidad de información precisa sobre el elector; sus gustos, costumbres, sentimientos y emociones más íntimas, la alteración o reafirmación manipulada de sus “miedos” y pasiones, por ejemplo, hace que quienes estén interesados en influir ilegalmente ya no disparen con escopeta de perdigones si no con una de altísima precisión. Esa es una diferencia enorme con lo ocurrido en Watergate.

¿Cómo se resolverá la demanda del partido demócrata? Depende mucho de las pruebas pero también de la gestión de un Trump que, por ahora, puede ver comprometida su reelección aunque su desempeño se ajuste a lo que muchos norteamericanos, también íntimamente, quieren, pese a que no lo revelen siempre a los encuestadores. A diferencia de un Nixon que arrastraba el desgaste de Vietnam, Trump tiene el respaldo, gústenos o no, de parte importante de la opinión de su país.

@herejesyluis

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