País al borde de un ataque de nervios

Santiago Gamboa
05 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Intentar interpretar la realidad colombiana, de cerca o de lejos, es algo apasionante. Cada vez que uno se detiene y mira hacia atrás, se da cuenta de que el país está siempre al borde de un ataque de nervios. El surmenàge criollo está a la orden del día, así las cosas que pasan sean buenas, buenísimas, pésimas o trágicas. Da igual. ¡Pero al final nunca pasa nada! El devenir de la vida en Colombia se parece al destino de ciertos artistas, que van progresando de derrota en derrota.

La alegría histórica del proceso de paz, con la entrega de armas de las Farc, por ejemplo, convive con las mil mezquindades de quienes quisieran volver a la guerra. Y por eso semejante noticia, esperada por más de cuatro generaciones, ya no parece alegrar a casi nadie. Más aún: el presidente que la propició tiene una imagen mayoritariamente negativa entre los ciudadanos. Lo pienso y me digo: pero qué ingratitud, carajo.

Si Colombia tuvo siempre en la guerra un lastre para su desarrollo, cual deportista de 100 metros planos que debe salir a la pista con un bulto de cemento en la espalda, ahora que se hizo la paz resulta que debemos salir a la misma pista, a correr contra todos los demás, ¡pero con dos bultos encima! El primero es la corrupción, que resultó ser más pesado que el de la propia guerra. Y el segundo, que también es pesado y también nos cuesta carísimo, es el senador Uribe, dedicado a envenenar a la gente que todavía le cree con una infinita sarta de trivialidades y, por fuera del país, a poner por los suelos la imagen de Colombia en cuanto foro internacional lo invitan, como hizo hace poco en Atenas, justo cuando se estaba por celebrar la entrega de las armas de las Farc.

En términos psiquiátricos, Colombia es como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson: de un lado invierte en embajadas y en una aguerrida diplomacia para mostrar su mejor cara ante el mundo, con el objetivo de que su imagen en el exterior sea más amable, y del otro asume el costo de Uribe, carísimo, equivalente él solo a lo que valen mensualmente unas cuatro embajadas europeas, pero dedicado a todo lo contrario: a tirarle de la que sabemos a la cara al pobre país, a denigrar, envilecer e insultar, ¡y puede incluso que con viáticos y pasajes oficiales! Curiosa paradoja, pues todo lo pagamos nosotros, los colombianos, con nuestros impuestos. Esos que él, curiosamente, nunca ha querido mostrar. ¿Y por qué será?

Pero en este carrusel, las últimas encuestas dieron un respiro. El proceso de paz sube, los candidatos amigos de la paz están casi todos bien posicionados, y Uribe no sólo pierde, sino que deberá retractarse con Daniel Samper Ospina. Qué buena noticia. Esa batallita le dio una lección sangrante. Si bien Samper Ospina pudo sentir en carne propia los peligros de ser tan simpático en un país como el nuestro, Uribe chocó contra un material mucho más firme y noble que el que tiene por costumbre enfrentar. Y no sólo no lo logró, sino que le restó puntaje político. Gran noticia en nuestro sube y baja criollo. Ahora Uribe buscará inspiración para escurrir el bulto, qué duda cabe. Que vaya al nuevo centro comercial de sus hijos, pero eso sí, con bota de caucho camuflada, por si llueve.

 

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