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País de godos

Piedad Bonnett
09 de agosto de 2015 - 02:21 a. m.

QUE ESTE ES UN PAÍS GODO, DONDE la mayoría no cambia sus convicciones más arraigadas aunque la realidad las contradiga, lo volvemos a constatar al ver la encuesta realizada por La FM, RCN Radio, RCN Televisión y la revista Semana,  que por cierto en su versión en papel se equivoca en el cuadro  referente a la confianza en las instituciones, pues trastoca “Sí confía” y  “No confía”. ¿O es que de repente el 77% de los colombianos confía en el Congreso? 
 
Frente a ciertas instituciones cuya ineficiencia o mediocridad son tan de bulto que no pueden negarse —justicia, Altas Cortes o el mismo Congreso—  o frente a ciertos problemas —salud, seguridad— la percepción negativa es apenas natural. Pero, en cambio,  hay instituciones y personas que parecieran blindadas: no hay juicios penales, ni investigaciones adversas ni escándalos mediáticos que puedan hacer mella en la acogida favorable que tienen entre las mayorías. El caso más obvio —y para mí más inexplicable— es el del expresidente Uribe, que sigue teniendo una favorabilidad de 55%, a pesar de que una buena parte de su equipo de Gobierno está en la cárcel o huyendo de la justicia y   todos los días aparecen más evidencias sobre los atropellos cometidos durante su mandato. El último que sale a la luz es el de la Operación Orión en la Comuna 13 de Medellín, con toda clase de violaciones de derechos humanos. Pero como si nada: todas esas evidencias a la mayoría le importa un pito. Esto ¿cómo se explica? Tal vez porque el caudillismo sigue fascinando a estos pueblos, todavía con una concepción pre-moderna de Nación,  o porque frente al caos y la violencia muchos creen que  el autoritarismo  es la salida, aunque se sacrifiquen los principios democráticos. También porque el talante de este país es pendenciero. Por todo esto se hacen los de la vista gorda. 
 
Pero hay otras altas favorabilidades  que me asombran: la que se expresa frente a las Fuerzas Armadas, por ejemplo, sin que influyan en su confiabilidad atrocidades como las de los falsos positivos —que ya han causado la detención de más de 3000 uniformados sospechosos— , o los excesos del Palacio de Justicia, los juicios por complicidad o por omisión de militares con paramilitares dentro del conflicto, los escándalos internos por corrupción,  etc.  Conjeturas sobre por qué persiste la fe en esa institución también pueden hacerse: que predomina la idea de  que sólo se trata de unas pocas manzanas podridas; o que prima en la conciencia colectiva el sacrificio de tantos soldados que arriesgan sus vidas; o que los colombianos sienten es necesario confiar en el Ejército para no sucumbir a la desesperanza; o que frente a los exabruptos de las Farc hay idealización del ejército. Lo cierto es que muchos también cierran aquí los ojos para que no se derrumben sus ídolos. 
 
Y hay más: este país es tan godo que se opone, influido hasta los tuétanos por la iglesia católica,  al matrimonio gay, a la eutanasia, al aborto, y sigue teniendo fe en un procurador cavernario y politiquero. Y uno se pregunta si la educación plantea seriamente debates sobre estas realidades. Y si algo logran los líderes de opinión progresistas con  sus denuncias y sus razonamientos. Por lo visto, poco.

 

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