¿País godo, en azul de metileno?

Arturo Guerrero
20 de abril de 2018 - 02:30 a. m.

Se dice que Colombia es un país conservador, godo. Que siempre vota por la derecha, que tiene como color el azul de metileno. ¿Alguien sabe qué es eso de metileno? Toda la vida se ha usado este término en la política pero, con excepción de médicos y químicos, no hay quién explique qué le agrega el metileno al azul.

Esta ignorancia quiere decir algo: que aquí las verdades se toman como indiscutibles y eternas, aunque no se comprendan. Valdría la pena entonces proponer en esta campaña presidencial una encuesta escueta cuya única pregunta fuera: ¿votaría usted en metileno?

Ja, se armaría la grande con los resultados. Los encuestados tendrían que pensar, mirar un diccionario, acudir a Google. Este pequeño acto de investigación introduciría la duda y echaría por tierra la seguridad de que somos un país godo.  

¿Derechosos? No, los colombianos somos más bien precavidos, resabiados. Tantas veces nos han engañado, tantas veces nos asesinaron, tantas veces nos obligaron al rebusque de una chaza en la calle, que ningún partido se nos acomoda.

Le tenemos miedo a todo, a la derecha y a la izquierda, a los paracos y a los mamertos. Desde los flancos históricos nos han disparado. Por eso nos matamos trabajando en la informalidad 16 horas diarias. Y nos encerramos en la casa a sacar adelante la familia.      

Los ricos, de otra parte, tienen más miedo que el pobrerío. Su espanto se llama expropiación. Son minoría, son los que tienen plata y cosas. Las han tenido de toda una vida. No se preguntan de dónde las sacaron, solo temen perderlas. Entonces se atrincheran, aceitan las maquinarias que siempre les han funcionado.

Unos y otros, adinerados y proletos, se alarman ante cualquier cambio drástico. Los primeros aprovechan los pésimos ejemplos de regímenes que prometieron producir un hombre nuevo y llegaron a un hombre hambreado.

Infiltran en las multitudes el terror de caer en una patria desmantelada. Por si acaso, preparan sus millones para convertirlos en capitales fugados. Y tras bambalinas bajan el dedo pulgar para que los sicarios apunten con acierto.

He aquí el campo de Marte en que vivimos. Se llama polarización. En cada una de las dos trincheras se afilan los odios, se propagan las navajas. Por eso la escogencia presidencial se simplifica en solo dos nombres, en dos extremos que se gruñen entre colmillos.

Aturdidas entre el asco y el pavor, las mayorías no votan. Quienes sí votan se acogen al resabio popular de que es mejor malo conocido que bueno por conocer. Las encuestas —esa aritmética falaz y acomodaticia— refuerzan, además, la manía de favorecer al que marque mayor porcentaje “para no perder el voto”.

De allí viene la versión de que tenemos sangre azul de metileno. ¡Qué va!

La realidad está en que aborrecemos los extremos, pero estamos hundidos en un túnel de dos salidas. Como si las posibilidades no fueran múltiples y matizadas. Como si fuera inviable una fórmula que no espante a nadie y que junte a los que tiemblan en los dos extremos, hacia un gobierno que arrope y que a paso elástico diluya el azul de metileno. 

arturoguerreror@gmail.com  

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