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“País que duele”

Columnista invitado EE
19 de agosto de 2014 - 03:00 a. m.

En 1996, Fernando Garavito publicó un libro con los principales reportajes que hizo entre 1985 y 1995 para la revista Cromos. Al rompe, este título muestra cuál es el contenido del texto. De modo que no está mal tomar en préstamo las tres palabras que cada día cobran más justificación.

El 28 de julio, cuando la gente disfrutaba del triunfo de la Selección Colombia sobre Uruguay, la joven María Alejandra Rodríguez sufrió una agresión en un pueblo de Boyacá. Como no sabemos celebrar, la gente se desborda, y en ese ambiente María Alejandra tuvo un pequeño percance con su automóvil, del cual resultó que el vehículo quedó pegado a un puesto de frutas o algo así. ¡Quién dijo miedo!

La embestida comenzó con el botellazo que una ‘señora’ le descargó, a lo cual siguió una furiosa serie de golpes que le llovieron desde las rudas extremidades inferiores de tres ‘valientes’ que se sumaron a la salvajada, y hoy María Alejandra permanece en una clínica de Bogotá.

El suceso resulta más grave al descubrir que por esos lados es pan de cada día el ejercicio de la violencia contra la mujer.

Muchos interrogantes nos asaltan ante los desafueros que suelen presentarse alrededor de acontecimientos sociales, en esos momento deportivos, que se prestan para unirse como país pero que en nuestro medio son un factor adicional de perturbación. ¿Qué clase de país anhelan quienes proceden de manera tan antisocial? A veces abrigamos la esperanza de que la gente sea buena en el fondo, pero que por circunstancias derivadas de inocultables desajustes sociales esa bondad no se manifieste sino que, por el contrario, se traduzca en lo peor que los seres humanos cargamos con nosotros.

Uno sueña con la posibilidad de que los violentos, en cuyo proceder se mezclan el patriotismo, la alegría y las tendencias a lo destructivo, hagan un alto para analizar si estamos felices de ser como somos. ¿Cuánto descubriéramos si estas conductas se debatieran fríamente, entre los actores de estos dramas sociales, de suerte que cada cual dijera si es feliz siendo así? Pero la cruda verdad de las cosas apunta a que ello no es más que una quimera en medio del desierto social y político que constituye la carencia de un liderazgo nacional que le ponga orden al despelote que vivimos en las calles y las casas de una nación que se desangra. Y que lo haga apuntalando con educación.

Porque allí estriba la tragedia colombiana: en la educación. Pero todos los proyectos que se discuten sobre la materia no van más allá de lo formal, para salvar la gestión de un ministro que ya pronto será reemplazado por otro.

Claro que mientras tanto se pudiera, de haber voluntad, adelantar una discusión formativa y autoformativa, utilizando todos los espacios posibles: donde participe todo el mundo para que cada ciudadano ingrese en un proceso de concientización que lo comprometa con el futuro de sus hijos y sus nietos y los que seguirán.

Mientras no se haga algo así, con el compromiso de quienes más conciencia tengan sobre la necesidad de cimentar un país que no nos avergüence, seguirán siendo maltratados los niños, agredidas las mujeres, golpeadas una y otra joven indefensa, y todo en medio de esta imperante ceguera social.

 

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