Visión Global

Palabras y política internacional

Arlene B. Tickner
16 de agosto de 2017 - 03:00 a. m.

Los estudiosos del lenguaje nos han enseñado que las palabras nunca son “solo” palabras. Además de comunicar ideas, opiniones, sesgos e intenciones, dan sentido a la realidad, ya que a través de ellas las sociedades se representan a sí mismas y al mundo que las rodea. Aunque las palabras como tales no infligen violencia ni levantan armonía o convivencia, al fijar formas específicas de debatir sobre problemas específicos, delimitan las posibilidades de acción en relación con éstos, así como su aceptabilidad/inaceptabilidad, deseabilidad/indeseabilidad o justicia/injusticia, sobre todo cuando son pronunciadas desde posiciones de poder.

Por ejemplo, al acusar a los miembros de la oposición en Colombia de “terroristas vestidos de civil” y a las ONG de “actuar al servicio del terrorismo”, podría argumentarse que el expresidente Álvaro Uribe participó en la creación de un contexto en el cual la intimidación y la violencia contra dichos actores se tornaron admisibles. De forma similar, la renuencia de Donald Trump a nombrar y criticar directamente a los supremacistas blancos luego de su marcha en Charlottesville y el ataque letal a los contra-manifestantes, valida la expresión abierta del odio racial.

En política internacional, sobre todo en situaciones de tensión, las palabras son decisivas, como bien ilustran los casos recientes de Corea del Norte y Venezuela. Luego de revelaciones de que Pyongyang había construido una ojiva nuclear miniatura que puede montar en su recién ensayado misil intercontinental, Trump advirtió que esa amenaza sería respondida con “fuego y furia como el mundo no ha visto jamás”, ante lo cual los norcoreanos señalaron que consideraban atacar a Guam y el mandatario agregó que el ejército estadounidense estaba “cargado y preparado”. Más allá de contrariar la tentativa del secretario de Estado, Rex Tillerson, por abrir espacios de conversación con Kim Jong-un y la de la ONU por endurecer las sanciones contra el régimen, los mensajes de Trump plantean un riesgo real de escalamiento del conflicto, aun a sabiendas de que éste no solución militar “aceptable”.

Sobre Venezuela, el mandatario anunció sorpresivamente que ese país no está tan lejos y que Estados Unidos “consideraría una opción militar en caso de ser necesaria”. Si bien no existe evidencia alguna de que Washington la esté contemplando, las palabras hacen creíble aquello que la mayoría de venezolanos (y gobernantes latinoamericanos) suponían una cortina de humo por parte del gobierno de Nicolás Maduro. La mera sombra del intervencionismo estadounidense, además de empañar la gira del vicepresidente Mike Pence —quien tuvo que desmentir reiteradamente a su jefe— por Argentina, Chile, Colombia y Panamá, actúa en contravía de los esfuerzos de algunos gobiernos de la región por buscar una salida diplomática, negociada y pacífica a la crisis venezolana.

Por más que se insista en casos como estos que las acciones son las que más importan, las palabras constituyen poderosos ejercicios de sentido que regulan lo que pensamos y hacemos con diversos problemas mundiales. El compromiso con una acción violenta por parte de un actor como el presidente de EE.UU., por más alejado que esté de los “hechos”, crea un contexto en el que el uso de la fuerza se torna imaginable (y la diplomacia insuficiente), con todas las consecuencias negativas que ello puede traer.

 

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