Para creer en algo

Arturo Guerrero
21 de junio de 2019 - 09:10 a. m.

Cuando nadie cree en nada es el momento de creer en algo. La primera derrota en la lista de descreimientos de la gente es la de las instituciones. En la palabra ´instituciones´ se encierra toda podredumbre, traición, doblez, crimen, disimulo. En suma, toda la lacra que sobreviene cuando el mal se aprovecha de lo público.

En este punto está el mundo. Tanto ha ido el cántaro al agua que al final se rompió. No queda títere con cabeza. La iglesia tiene sus pedófilos, el ejército sus falsos positivos, la justicia su cartel de la toga, el gobierno su títere y su titiritero, el Congreso sus marrulleros de siempre, la oposición sus déspotas. ¿Qué queda?

Tal vez Paracelso, en el XVI, acertó al advertir que “nada es veneno. Todo es veneno. La diferencia está en la dosis”. Todas las fuerzas emiten su plataforma, no hay quien proclame la guerra abiertamente. Ningún bando hace alarde del robo a la plata del Estado. No obstante, todos escupen su veneno, multiplican las dosis de sus ansias.

Así pues, los individuos de la calle se concentran en su pequeño negocio y aguardan a que pase el chaparrón. No creen en nada, pero allá adentro necesitan tener fe en algo. El poeta venezolano Rafael Cadena apunta con talento en esta coyuntura: “la poesía es la única religión que les va quedando a los hombres”.          

El mito y la religión fueron los despertadores de la esperanza desde cuando los cavernícolas se guarecían del espanto original. El imperio de estos esclarecimientos perduró por milenios. Sus feroces figuras y sus consejos elementales atenazaron mentes y corazones y volvieron a los hombres mansos o sufrientes.

Pero iglesias pétreas y predicadores insípidos pusieron punto final al reinado de las parábolas y los misterios. Por eso feneció la fe. Por eso tiene razón Cadena al volver los ojos hacia la poesía como única religión viva. Religión sin templos ni pastores, visión del otro lado de todas las cosas.

De modo que el clima del desengaño es al mismo tiempo el momento de la poesía. No de los poemas ni de los poetas –tan grises en su mayoría-, sino de aquellas artes y creadores capaces de traducir en tonos, oscilaciones y quiebres las incógnitas de los seres contemporáneos.

A pesar de las estupideces del tiempo, el mundo no es estúpido. Sabe identificar una voz, percibir una rabia que construye. Emergiendo del sinsabor corriente, algunos ojos alumbrados son capaces de formular tremendos manifiestos de desazón y aliento.

Su empuje circula secretamente, como sucede en las revoluciones cada vez que los lideres pronuncian anatemas y consignas. La tecnología virtual resulta ser virtuosa. Por sus surcos binarios se cuelan estas albricias, mientras los viejos medios de comunicación agotan su monserga contaminante.

Los jóvenes, que no creen en nada, son los primeros en creer en algo. Sus antenas hastiadas captan rápidamente la irrupción de esta poesía. No ha habido propaganda ni decretos ni reflectores que los llamen. Se apresuran en pos de algo puro. Identifican la llegada de un nuevo sol.

arturoguerreror@gmail.com   

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