Para la próxima, viejo

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
19 de noviembre de 2019 - 10:01 p. m.

No le desearía a nadie ser nombrado ministra o ministro por Duque. Sería el equivalente de haber sido escogido por tener pergaminos suficientes para ser capaz de haber escondido o esconder algo. Así es la democracia estúpida que nos ha tocado: una pequeña parte de un país escoge a un candidato impuesto a la fuerza por un tercero, y ese candidato escoge sin importarle nada a cualquiera. A veces, contra todo pronóstico, cualquiera resulta ser una persona moderada y hasta coherente; pero en un país como Colombia, en la mayoría de los casos, el séquito ministerial tiende a ser mediocre en términos de humanidad. Todo es viable en ese maremagno de posibles candidatos: están los bien formados y con experiencia, pero demasiado tecnócratas y alejados de la realidad; están los que no tienen ni idea del puesto, pero tienen buenas intenciones; están los que no tienen ni idea de nada y les importa un carajo lo que pase con la sociedad. Todas las combinaciones son posibles y se podrían enumerar otras tantas. No obstante, y de manera general, los elegidos y elegidas no cumplen en muchas ocasiones con los mínimos básicos para que nos sintamos en buenas manos.

Duque no ha sido el único en nombrar personas con ciertos yerros éticos y no será el último. Sin embargo, en su caso, algunos nombramientos dejan realmente mucho que desear. Y es que ni siquiera se trata de la preparación o de la experiencia de las personas escogidas: se trata de ese zigzagueo permanente sobre una línea ética que no está bien pintada, una línea que pocos políticos de turno en nuestro país tienen clara y que les encanta transgredir con total impunidad, como si se tratara de un juego sin importancia. Hay mucho que desear entre la ligereza de esconder como Estado el asesinato de menores de edad e intentar justificarlo de cualquier manera; tener pendiente un estudio de plagio en una universidad extranjera; y tener un nombramiento luego de haber hecho jugosos aportes económicos a la campaña presidencial. En este último caso y por más preparación que se pueda tener para el puesto, no entiendo cómo una persona no se declara impedida para aceptarlo. De buenas a primeras, no solo da la impresión de que se está comprando el cargo, sino también se confirma que en nuestro país la filosofía pambelesiana es más fuerte que cualquier cosa. El que tiene plata es más feliz porque con su plata puede hacer lo que le dé la gana. El que no la tiene está dispuesto a hacer lo que sea para tenerla y así poder hacer lo mismo que el que la tiene; es decir, pasar por encima del que sea. Esa misma lógica se esconde detrás de la idea de pagar para no tener pico y placa; es la misma lógica de una sociedad consumista que vale más por lo que tiene que por lo que es.

Pero “¿De qué me hablas, viejo?”. Viejo, en palabras del expresidente uruguayo Pepe Mujica, pronunciadas en noviembre de 2012 en la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Río de Janeiro, te hablo de que “venimos al planeta para ser felices, porque la vida es corta y se nos va. Y ningún bien vale como la vida y esto es lo elemental”. En ese sentido, la vida de las colombianas y colombianos, y en particular de nuestras niñas y nuestros niños debe ser la prioridad más allá del poder, más allá de las alianzas y de los arreglos politiqueros realizados algún día en algún cóctel de güisqui caro y vinos importados. Si las personas que nos gobiernan tuvieran esa vida como prioridad, seguro que cometerían menos errores y tendrían una mayor capacidad para ayudarle de verdad a la sociedad colombiana. La polarización y la tendencia populista de izquierdas y derechas nos han sometido a tener funcionarios públicos de medio pelo, cuya característica principal suele ser la arrogancia. Esa arrogancia que trae consigo el que no es capaz de darse cuenta de que el poder sólo tiene sentido si es para servir. 

No más cortinas de humo cada vez que haya un problema relacionado con el Estado. Los que lo representan tienen la responsabilidad de dar la cara, aceptar los errores, pedir disculpas e intentar seguir adelante. Al menos desde el elefante de Samper hasta el día de hoy, nuestros políticos han intentado hacer magia para esconder sus impertinencias y en algunos casos delitos. Estamos cansados de esa manipulación de la democracia, de esa tergiversada manera de hacer política a través de mentiras y malas intenciones. Para la próxima, viejo, cuando te vuelvan a hacer una pregunta sobre la vida, a ti o a tu gabinete, es mejor contestarla con seriedad en lugar de hacerse el pendejo o taparla a punta de sandeces y escoltas.

@jfcarrillog

 

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