Para lo malo, justificación… para lo bueno, un propósito

Felipe Jánica
21 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

No hace mucho abundaban las noticias malas en Colombia. Recuerdo como si fuese ayer que lo predominaba en el país del Sagrado Corazón eran las noticias terribles y que para foráneos eran difíciles de entender y aceptar. Claro, mucho de esas noticias alimentadas por el morbo, fueron catapultando a Colombia en los encabezados de medios de comunicación locales y extranjeros en la cima. Por su parte, en la cima también estaba Colombia, más recordada en aquellos tiempos por noticias repudiables por cuenta de una guerra – para muchos y para mí sin sentido – que paradójicamente era menos polarizadora que la realidad actual. Sí, en otrora la mayoría de los colombianos apostábamos por derrotar la violencia y recobrar la tranquilidad.

Cuando todo apuntaba a un final feliz de una guerra de más de diez lustros, ahora parece que la guerra sigue intacta. La semana pasada, mientras cenaba con compañeros de trabajo en latitudes lejanas a la colombiana, me fascinaba tertuliando del maravilloso porvenir de Colombia por cuenta de la firma del tratado de paz. Al día siguiente y luego de varias horas de trabajo, uno de mis colegas me anunciaba el penoso episodio del carro bomba. Con prudencia verifiqué la noticia y estupefacto me quedé. Por supuesto, no hubo más que palabras de aliento por parte de mis compañeros.

Con el atentado de la semana pasada la desilusión se ha apoderado de los colombianos. El llanto y el sentimiento de pesar vuelve a jugarnos una mala pasada. El dolor de patria que se siente a flor de piel. Lo que parecía haberse erradicado, aún sigue con destellos desafortunados. En el entretanto, el combustible perfecto para la polarización sigue causando más daño que el patético momento que se llevó consigo víctimas inocentes.

Es increíble ver cómo se alimenta el odio entre los bandos. No me refiero al del grupo guerrillero y sin sentido e innombrable. Más bien a la estupidez que prevalece entre los bandos políticos opositores y extremos y a quienes los siguen. En lugar de gastar tiempo en discusiones estériles, potenciadas además por las redes sociales, en las que se echan la culpa, deberíamos estar enfocados en reparar al país y reconstruirlo con un propósito. De nada vale estancarse en las críticas de lo que ya pasó y quedarse en el odioso “hubiera”. Más bien es tiempo de construir un mejor porvenir por las generaciones siguientes.

Claro, es imposible no quedarse con la rabia y con el malestar por las acciones injustificadas que llevaron a un terrible episodio. No obstante, no es tiempo de justificar el porqué de desearle el mal a quienes piensan diferente. Quedarse en la crítica y en la justificación de nuestra rabia e impotencia es un alimentador del juego de la maldad. Por el contrario, es necesario e imperativo que todos los ciudadanos nos volquemos a marchar no para protestar sino para buscar un mejor porvenir. Un porvenir con propósito. Encontrar y trabajar por un propósito trascendental, en lo bueno, es la tarea del Estado, en la que por supuesto estamos todos los ciudadanos.

Así las cosas, es tiempo de construir. Quedarse en el escabroso momento de la crítica destructiva de nada sirve, aunque pensándolo bien, sí. Sirve de mucho para alimentar la polarización, uno de los males endémicos de nosotros los colombianos. Mi voto es por la búsqueda de un propósito que nos lleve a una sociedad limpia y sin manchas. Una en la que prevalezca hacer lo correcto en lugar de beneficiarse por los espacios de las leyes, muchas de ellas creadas con maldad para alimentar propósitos antagónicos.

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