Para que ninguno sea esclavo

Ignacio Zuleta Ll.
10 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Dice Gianni Rodari hablando del valor liberador de las palabras: “«Todos los usos de las palabras para todos» me parece un buen lema, tiene un bello sonido democrático. No para que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo”.

Porque el analfabetismo es, entre otras cosas, un asunto político. Como lo vemos en los recientes movimientos sociales latinoamericanos, y en concreto en el de hace unos días en República Dominicana en donde el motor de las justas protestas ha sido una juventud más educada, más consciente y, en consecuencia, menos “esclava”. Por eso para las clases dominantes la educación pública universal, gratuita y de calidad es un “cría cuervos”, que mantiene con cuidado a raya. El analfabetismo crea castas incomunicadas entre sí, perpetúa la brecha de las desigualdades, impide el nacimiento de propósitos nacionales… y así vamos.

Me impulsa al tema la historia de mi ahijado. Habita en una de las regiones aisladas del país en una finca rodeada del cauce principal y los brazuelos del Río Fragua en el piedemonte caqueteño. Acaba de cumplir sus cinco años. Vive contento con su abuela, su madre viuda de la violencia y algunos de sus tíos raspachines; arrea las vacas con la eficiencia de un adulto y el disfrute juguetón de un niño, sabe de cultivos de yuca, plátano, chontaduro, ayuda a subir leña a la cocina y se divierte con sus primos molestando a las gallinas. Pero jamás le vi unos ojos más brillantes que cuando una amiga profesora, armada de un lápiz y un cuaderno, lo inició en el ABC. Su cerebro despierto entendió en pocos días la magia de transformar los sonidos de las palabras en “dibujos”. Estaba descubriendo la escritura, y la lectura le cambió la profundidad de la mirada, se le abrió un compartimento inexplorado, un universo. Pero ¿quién continuará con la labor si en la isla no hay escuela, si en su familia cercana ninguno ha penetrado en el misterio del alfabeto, si para continuar tendría que vadear a diario el peligroso rio o ser dado “en adopción” a alguna de las tías en un pueblo de colonos en donde ellas tuvieron que mudarse para educar sus propios hijos en los básicos?

La transmisión oral del conocimiento, ese de las historias de la abuela, los requisitos arcanos de la siembra o los usos de las plantas, tiene su valioso lugar en el desarrollo de las civilizaciones y del ser humano. Pero la necesidad de saber leer, escribir y, sobre todo, entender lo escrito, es evidente. El potencial intelectual, la comprensión del mundo y la ampliación de las fronteras de la experiencia subjetiva se quedan cortos cuando el analfabetismo prevalece. Serían la esclavitud a la televisión, la ceguera de para dónde nos conduce el sistema de consumo, la estimulación y la manipulación agresivas de los algoritmos digitales tan distintas a las reflexiones de una lectura sosegada, reflexiva y libre.

Y desde luego no basta saber colocar una letra después de otra, como los analfabetos funcionales que son la mayoría en el país. Un sistema educativo dirigido a cumplir las metas estadísticas -mentirosas- y a producir carne de cañón para un sistema que requiere de autómatas eficientes y obedientes es, en realidad, como en The Wall, una fábrica de salchichas.

Y los alcaldes aman estas fábricas. Megacolegios de costosa infraestructura para mostrar al final de sus períodos, como si fueran los ladrillos de las aulas los que enseñan. Hemos visto revoluciones educativas y alfabetización de amplios alcances cobijadas en las modestas escuelas de paja de la China, de Bolivia o de la India, en donde la transmisión de los conocimientos no depende de la calidad de los pupitres.

Viene al caso la lamentable desaparición de los programas de alfabetización que los colegios privilegiados implementaban como parte del currículo. Se convirtió con el tiempo en una “asistencia social” paternalista para que los niños y las niñas “educadas” jueguen a ser unas damas voluntarias. Sería importante centrar de nuevo las prioridades nacionales en la urgente necesidad de que todos leamos, escribamos y comprendamos lo leído y despertar a una sociedad civil que se preocupe por establecer la cadena de la enseñanza de las letras, pues el Estado ni tiene suficiente voluntad ni daría abasto.

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