Para salir de los infiernos

Arturo Guerrero
26 de abril de 2019 - 06:00 a. m.

¿Quién dará el primer paso? ¿Los que se inflaron de privilegios y de hectáreas sembrando de sangre las parcelas de los pobres? ¿O quienes reaccionaron con el puño en alto y luego lo bajaron agarrando un fusil para liberar al pueblo, suplantando al pueblo?

El primer paso no es dejar las armas. Es destrabar los cerebros. El Acuerdo de Paz de La Habana comprobó que la paz no consiste en echar al horno los fierros. Hoy el país se retuerce en odios, se insulta sicarialmente, nadie se explica cómo no se ha prendido otra guerra civil como la de los Mil Días.

El 3 de abril de 2018, un tuit de Erna von der Walde alumbra como un relámpago nuestra maldición: “En Colombia ha habido dos modalidades de derramamiento de sangre: una para cambiarlo todo; otra para que nada cambie. Cada una se ha convertido en la lógica que alimenta a la otra. ¿Cómo romper ese nudo gordiano sin más sangre?”.

Primero que todo es preciso aceptar que la historia de este país cabalga sobre dos métodos para matarnos. Somos una máquina de exterminio. Una reciente investigación académica trató de negar este suplicio, sumando años sin guerra. Pero al ponerle la lupa se descubre que en dos siglos no ha habido una década en que por lo menos una guerra civil no haya mordido carnes hermanas.

Se asesinó por ser centralistas o federalistas, por educar por lo católico o por lo libre, por ser azul o rojo, por mirar hacia la derecha o hacia la izquierda. En el fondo, por delimitar quién era amo y quién siervo. Todas las causas, nobles o ruines, se defendieron a bala.

“Para cambiarlo todo… para que nada cambie”: todo o nada, absolutamente blanco o absolutamente negro. En Colombia se aborrece el sepia, las tonalidades intermedias. Aquí deslumbran los colores terminantes, que excluyen la gama de las flores o del plumaje o de los tornasoles del atardecer llanero.

Entonces, cada sistema sangriento alimenta al otro. Si no lo mato yo, él me mata. Si entrego mis armas, el otro apunta las suyas para exterminarme. Los negociadores tienen segunda agenda, no dejan ver la hiel del corazón. El miedo a que el otro se suba al poder es el silogismo central para aferrarse al poder. Y si por milagro el otro se sube, lo hará para barrer hasta con el nido de la perra del primero.

He aquí el nudo gordiano que nadie ha sabido deshacer. En los primeros tiempos del desarme de las Farc, entró un soplo aromado. Hoy los aires volvieron al sofoco perpetuo. Los que quieren que nada cambie necesitan vitalmente atizar el miedo mortal. Los que quieren cambiarlo todo siguen creyendo mortalmente que, en últimas, la sangre lavará la sangre.

Dar el primer paso es desintoxicar de sangre el pensamiento. Es mirar hacia atrás y lamentar tanto tiro tonto. El país es suficientemente grande y rico para vislumbrar un caminado general en que nadie tema ser eliminado o expropiado o secuestrado o trizado con motosierra. “Colombia sin más sangres”: soberbio lema para salir de los infiernos.

arturoguerreror@gmail.com

 

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