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Parentesco epistemológico

Alfredo Molano Bravo
08 de marzo de 2008 - 02:33 a. m.

Mirando desde lejos lo que pasa y no termina de pasar, me pasó por la cabeza un viejo concepto que utilizaba Estanislao Zuleta, tomado del viejo Althuser: el parentesco epistemológico.

No era fácil de entender y menos de utilizar con propiedad, pero significa algo como la existencia de un aire de familia entre escuelas filosóficas o políticas. Así, hay un parentesco epistemológico entre Schopenhauer y Nietzsche, o entre Bolívar y Sanmartín. Aterrizando en lo nuestro, si se mira bien, uno podría toparse con un aire de familia –o parentesco epistemológico– entre la tesis que invocó el gobierno de Uribe y de su ministro de guerra para meterle la mano al Ecuador con la justificación que agitan Mancuso y Jorge 40 para jugar fútbol con las cabezas de quienes han sido clasificados por ellos como sus enemigos. Al dar el positivo de la operación Fénix, Juan Manuel Santos apeló a la doctrina de la legítima defensa arguyendo que Raúl Reyes había comenzado primero, disparándole desde una distancia de dos kilómetros y medio –y en piyama– a través de la frontera.

Por lo menos eso fue lo que entendió Correa cuando ocho horas después Uribe lo llamó por teléfono para comentarle lo sucedido con ese estilo socarrón de mosca muerta que usa cuando le conviene. No le dijo, por supuesto, que la premisa del golpe por mano propia –es decir, sin respetar el derecho internacional– era la de que el Gobierno de Colombia no confiaba en el ecuatoriano. Tampoco –sin duda, lo consultó– confía EE.UU. en un mandatario que, como Correa, se ha negado a ratificar el convenio que  permite a los gringos tener la gran base aérea militar de Manta, en el Pacífico ecuatoriano, y desde donde, según el periodista José Vicente Rangel, ex vicepresidente de Venezuela, se dirigió el operativo. Uribe no habló exactamente de persecución en caliente porque ha protestado –y con razón– cuando la Guardia Nacional de Venezuela se brinca la baliza en el Catatumbo, El Perijá o Arauca.

Los detalles saldrán a cuentagotas, pero se terminará sabiendo que fue un hecho planeado al detalle con premeditación y alevosía, como si el Ejército colombiano hubiera sabido de antemano cuál era el contenido de los computadores de Reyes: un guión igualito al que siguió EE.UU. cuando se alzó con Noriega en Panamá argumentando que era narcotraficante; invadió Afganistán, argumentando que era la cueva de Bi Laden, o le declaró la guerra a Irak, argumentando que tenía armas atómicas, análogas, por lo menos, digo, a las que Pacho Santos dice que las Farc van a fabricar. Quizá se trate de otro aire de familia, pero que lo hay, lo hay.

El mismo –agrego y repito– que exudan las razones que dan Mancuso, Jorge 40 o Báez cada vez que hablan ante la Fiscalía: nos defendimos por nuestros propios medios –motosierras, desapariciones, descuartizamientos– porque el Estado colombiano dejaba nuestras tierras y nuestros negocios expuestos al boleteo de la guerrilla. Más aún, por ahora, las cosas le han salido como sin duda esperaban, incluida la resolución de la OEA con el sí pero no acostumbrado. La babosería de siempre. No por nada Fidel llamó a este dócil organismo, Ministerio de Colonias yanqui. Los países vecinos están asustados con los rumbos que ha tomado nuestro conflicto doméstico.

Es evidente: se sale de madre. Y no sólo porque las Farc tienen doble residencia, sino porque Colombia no parece tener escrúpulo para impedirlo, y pasarse por la faja la norma que sea para llevar la guerra donde los intereses políticos de Uribe y Bush lo requieran. Siempre y cuando, claro está, lo haga con un Estado pequeño y pobre como Ecuador, o el día de mañana con Nicaragua. Porque otra cosa pasaría si tras el Mono Jojoy entra al Brasil a guindar al este de Tarapacá, donde el general Vázquez Cobo derrotó a un cabo en la guerra con el Perú. Con la resolución de la OEA, la agresión al Ecuador le salió a Uribe barata, como dijo El Tiempo alabándola.

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Formidable la movilización del pasado jueves tanto en Bogotá como en otras ciudades. Una cosa es el país virtual, y otra, el país real. El dolor de las víctimas se derramó por calles, plazas y avenidas: derrotó el miedo y sintió el terror.

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