Rabo de ají

Paro muy armado

Pascual Gaviria
19 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

El lenguaje de los panfletos es todavía un código elocuente en Colombia, un amplificador de mensajes que muchas veces son simple fanfarronería. Durante más de 50 años nos acostumbramos a sus posibles y cercanas consecuencias. El mimeógrafo fue una efectiva herramienta de guerra para impartir órdenes en pueblos y barrios. Y las banderas de las guerrillas eran suficientes para el terror y el desalojo. Cientos de municipios siguen funcionando bajo esa lógica, sometidos a las consignas y mandatos de grupos armados ilegales. Pero lo sucedido el pasado fin de semana con el promocionado (más por ajenos que por propios) paro armado del Eln es el rezago de un miedo o la nostalgia de un enemigo armado para hacer política o la estrategia para agrupar electores. O mejor, una combinación de los tres.

El Eln anunció el pasado 10 de febrero un paro armado de 72 horas. Vimos los titulares, los mensajes por chat, los temores ciudadanos que no aparecían hace un tiempo. La gente preguntaba si podía salir de las ciudades el fin de semana y algunos colegios en las capitales redujeron su jornada. Mientras tanto las acciones del grupo guerrillero se concentraron en los territorios en que ha hecho presencia histórica y la intensidad no fue muy distinta a la de su accionar acostumbrado. En Convención, en el Catatumbo, murió un soldado por el disparo de un francotirador. En la misma zona un explosivo afectó la carretera entre Ocaña y Catatumbo y una antena de celular fue derribada en Hacarí. Enfrentamientos entre Eln y Los Rastrojos dejaron dos heridos en Puerto Libertador. Y en Cúcuta y Villa del Rosario dos explosivos fueron activados por la policía de manera controlada. En Pailitas, Cesar, se reportó un civil herido por la quema dos buses y tres policías de tránsito con quemaduras de consideración por la explosión de una tractomula. También la carretera entre Medellín y Quibdó el ejército desactivó un explosivo. Y se colgaron banderas y se pintaron grafitis.

Nadie duda que el Eln ha crecido en hombres y presencia en los últimos años. Luego de una época en la que casi desapareció de los registros de ataques y tomas a poblaciones (entre 2003 y 2013 fueron 11 de esas acciones frente a 227 de las Farc) ha mostrado de nuevo presencia en zonas que eran dominadas por las antiguas Farc. Entre 2008 y 2010 se dijo que no tenía más de 2.000 hombres y presencia en apenas 85 municipios. El proceso con los paras y la desmovilización de las Farc le dieron algo de aire y espacio. Ahora fuentes del Ejército hablan de 4.000 combatientes mientras las más recientes cifras de inteligencia militar mencionan un número más cercano a los 3.000 guerrilleros sin contar milicianos. Tanto la Cancillería como el Ejército han repetido en el último año que cerca del 45 % de los combatientes del Eln están en Venezuela. Pelean las trochas con los Rastrojos. En las zonas donde han buscado expandirse en Colombia han topado con los Gaitanistas, los Pelusos, los Rastrojos y las disidencias de las Farc. En todos los territorios donde hace presencia libran dos o tres batallas al tiempo. En 2018 y 2019 tuvieron en promedio una cifra cercana a las 210 acciones armadas cada año, casi siempre escaramuzas, ataques a infraestructura o enfrentamientos con sus rivales ilegales. Y los militares hablan de más de 1.800 capturas de sus miembros entre 2016 y 2019. Tal vez lo más preocupante sea su tímido regreso al norte, a los departamentos de Bolívar, Magdalena y La Guajira.

Pero según parece su mayor fortaleza es la capacidad de la ciudadanía, las instituciones y los medios de comunicación para atender a su intimidación y magnificar su fuerza. Para graduar a un actor armado como principal enemigo e interlocutor basta iluminarlo para crecer su sombra.

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