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Paros y vaselina

Reinaldo Spitaletta
19 de agosto de 2013 - 11:09 p. m.

El caso es que los tratados de libre comercio, las aperturas económicas y, en general, todo el modelo neoliberal, no nos lo “metieron con vaselina”.

Al contrario, sucedió a punta de represiones, despidos masivos, venta de empresas estatales, adecuación de las leyes para el efecto, marchitamiento de empresas nacionales, el montaje de la salud pública como negocio de unos cuantos grupúsculos económicos, y así, una interminable sucesión de desmanes y atentados oficiales contra el país y el pueblo.

Aquel imaginario que algún ex presidente llamaba con lloriqueo impostado “la patria”, lo vendieron al mejor postor los alumnos criollos de una doctrina económica y del Consenso de Washington, acólitos del Banco Mundial y aficionados a abrirse de patas para que el Fondo Monetario y otros organismos se los “metieran sin vaselina” (¡ay!, el procurador), y todo ese cúmulo de transacciones y entregas, son las que tienen hoy postrados el agro, la industria, la caficultura. Ah, bueno, la coca todavía no. O eso parece.

¿Por qué otra vez incluso enfrentando la represión gubernamental vuelven los paros agrarios, mineros, de transportadores? ¿Cuáles son las razones para que, de nuevo, indígenas, campesinos, mineros empresariales y artesanales, cultivadores de cacao, caficultores, paperos, arroceros (si es que todavía hay) sean la expresión de los indignados de Colombia? ¿Por qué se instalan con sus pancartas y gritos en carreteras y caminos, y marchan por calles con su voz de protesta?

¿Acaso, como se quiere hacer creer desde la óptica del gobierno, son idiotas útiles, títeres y marionetas manipulados por paramilitares, guerrilleros y gamonales? Es fama que las protestas de la gente han sido satanizadas desde hace años, en especial desde los tiempos autoritarios del pasado presidente cuando cualquiera que se atreviera a levantar la voz por tantas tropelías oficiales era catalogado de terrorista. 

La quiebra, por ejemplo, del agro nacional hunde sus raíces en los días oscuros (no solo por el apagón) del gobierno de Gaviria y su apertura económica. Recordemos cómo fue nuestro ingreso al “futuro”: con el libre comercio se golpeó a los productores colombianos y desde entonces desaparecieron el sorgo, el trigo, la cebada, y se fueron extinguiendo el algodón, el arroz, el maíz, mientras se abrían las compuertas para el ingreso masivo de esos y de otros productos.

Y si ya la industria (por ejemplo la textilera) había sufrido golpes bajos desde los días de López Michelsen, el mismo que quería hacer de Colombia, con su típica demagogia, el “Japón de Suramérica”; estos barberazos de enano propinados por el neoliberalismo desindustrializaron el país, al tiempo que lo inundaban de café y azúcar importados. Entonces, los mismos que hoy están en paro, advertían que los tratados de libre comercio contra el arroz, los lácteos, los cárnicos, los sumiría en la ruina. ¿Qué hacer?, se preguntaban.  ¿Arrodillarse ante el gobierno y permitir el atropello?

A la apertura prostibularia, se le sumaron factores como la revaluación, los altos costos del crédito, el alza de tarifas de electricidad, gasolina y de insumos varios; sin contar con los subsidios extranjeros o la carencia de vías adecuadas en Colombia. Y entonces, volvían a decir los afectados: ¿Qué hacer? ¿Aplaudir el incumplimiento de las promesas oficiales sobre subsidios y otros rubros? ¿Aceptar como bueyes los insultos de altos funcionarios? 

Y mientras al presidente Santos se le hace agua la boca con la “locomotora minera”, su política en pro de las transnacionales (parecen tener buena cantidad de vaselina) difama a los pequeños y medianos mineros informales, a los que les pone el marbete de criminales. Contra éstos aparece la mano dura, la persecución, el hostigamiento, al tiempo que con las compañías extranjeras es pura amabilidad y rodilla en tierra.

Los cafeteros se quejan, entre otros aspectos, del incumplimiento en la reprogramación de deudas bancarias, pago de subsidios a la protección del caficultor; los paperos, cebolleros, cacaoteros, y los productores de arroz, panela y de maíz, están inconformes porque les han negado lo pactado en las negociaciones con el gobierno y porque éste no ha convocado las mesas para conversar acerca de precios de agroinsumos, combustibles, fertilizantes y sobre importaciones.

Estos paros, la manifestación de los indignados contra las políticas oficiales antinacionales, tienen su origen en un modelo económico que ha producido miserias y desgracias a granel a la mayoría. Ah, y en la imposición del modelito se ha usado más bala que vaselina.

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