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Patria, patria mía

Lorenzo Madrigal
20 de julio de 2020 - 05:01 a. m.

Llegamos a un 20 de julio prosaico, en peligro de estar enfermos por un mal del mundo, cuando ya ni podemos acercarnos los unos a los otros. Y basta ya de decir Patria, dígase país, república, nación. Hace rato llegó para algunos el fin de la poesía; ella causa risa, se acusa a sus cultores de ociosos o poco prácticos. De las nubes no se vive, dicen.

Aquellos versos de los Caro sobre la Patria (“Adiós, Patria, patria mía…”) o la estrofa de Julio Arboleda: “… Hasta el honor el hombre sacrifica por la patria y la patria por la fe”, todo eso se ha olvidado y con ello parte de la herencia hispánica. Somos otros, el país es muy otro y la juventud es siempre la del día, no la de ayer ni la de mañana.

Uno aprendía aquellos versos, sin falta rimados pero dúctiles a la memoria, con sus contenidos románticos. Creo que algunos valores de patria y de religión deberían resguardarse, no en el baúl de los recuerdos, sino también en el diario de la vida que sigue.

Tiene que llegar un gobierno sin desvíos de modernidad para que se pretenda volver a los textos de historia patria, tan útiles y simples (no hay que demeritar a Henao y Arrubla; a Rafael María Granados, profesor del suscrito; a Julio César García, cuyo libro desapareció de mi biblioteca, o a Indalecio Liévano, en varios tomos de consulta académica). Para que al menos se recuerde la historia del Cabildo Abierto, del florero de Llorente, de Acevedo y Gómez, de don Antonio Villavicencio, ya por mí también entre brumas.

En la Casa del 20 vi tal vez el dichoso florero, roto, porque si no, no sería el histórico, y me pareció de aquellos de regular gusto de su tiempo, imitación o quizás genuino de Italia. ¿Sería el mismo?, ¿lo recogieron y lo pegaron? Allí está, pero lo que primero se supo es que lo habían vuelto trizas.

Recuerdo haber visto la pistola, de cacha blanca (¿?), con que mataron a Gaitán (¿quién la recogió en semejante nuevedeabril?), dizque recién rescatada del expediente; una parienta de otro personaje, muy célebre y querida ella por la sociedad bogotana, me enseñó en un joyero de vidrio un gajo de las barbas de don Mariano Ospina Rodríguez y no dudo que sí eran suyas.

Bueno, pero me he desviado. Hay que saber algo de nuestra historia, anticipándose a que los nuevos historiadores de Comisión nos ilustren sobre la guerra reciente, cuya paz se firmó por el Nobel, aunque, a esta fecha, se le haya ido la gente, entre otros, el principal negociador.

***

A propósito de lo que debe saberse, sin adiciones convenidas, me sorprendió que en la presentación que hizo Yamid del nuevo arzobispo de Bogotá, este (el arzobispo) mencionara sin titubear a san Juan Pablo Segundo y enseguida a san Juan Pablo Primero. ¿Canonizaron al papa Luciani?

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