Peleas de compadres

Los agarrones permanentes en que últimamente viven —o mejor sobreviven— las comunidades indígenas nasa y misak hablan por sí solos de los insólitos enfrentamientos que se vienen dando por la pertenencia de las tierras de las que dicen ser dueños en el corazón del atribulado departamento del Cauca, al que siempre le toca bailar con la más fea.

Ya no solo se trata de las batallas entre los los dueños legítimos de las fincas y los indígenas, que quieren expropiar por las vías de hecho con el alegato eterno de la Pachamama, lo que sigue generando un clima de tensión del que se aprovechan los actores del conflicto armado, en el que juegan los guerrillos, los narcocultivadores y los activistas políticos, todo para generar aún más caos en la otrora calma chicha, que pasó de los palos y el fuete a las peinillas y las pistolas.

Todo parece indicar que no hay reconciliación a la vista y que cada grupo se está fortaleciendo para librar batallas cuerpo a cuerpo, como corresponde a sus idiosincrasias. Ayer fueron 17 heridos, algunos de ellos de gravedad; mañana serán más y no se descarta una sangrienta cuota de muertos entre los que habrá seguramente —qué triste— niños y mujeres; salvajismo que nos recuerda épocas pretéritas que creíamos superadas.

Y la solución no se ve. El Gobierno no puede permitir los despojos territoriales producto de las invasiones atentatorias contra el derecho a la propiedad privada y menos, terciar para decidir quién se queda con el botín, porque ninguna de las partes está dispuesta a ceder.

En tanto, crecen los cultivos ilícitos, porque es mayor la siembra que la erradicación. Crece la minería ilegal, que aseguran es más rentable que la marihuana y la cocaína. Siguen los elenos y los supuestos desmovilizados de las Farc boleteando, secuestrando y participando en el negocio, frente a una autoridad que no es capaz de controlar el desorden público.

Pobre el Cauca, tan cerca de la muerte y tan lejos de la vida.