Pazaporte

Peligros del vértigo

Gloria Arias Nieto
31 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

En medio de esta “dimensión desconocida” que nos invade cada célula de la piel, de las ciudades y del alma, hay cosas que parecerían haberse anclado, imperturbables, en el fondo del mal. Son hechos sistemáticos, que reflejan lo sórdida que es la violencia y lo indiferente que se vuelve la sociedad que la padece.  

No satisfechos con los estragos del diminuto enemigo del mundo, algunos siguen buscando que Colombia sea la tierra de nadie -mejor dicho, la tierra de ellos-, para sicarios comprados por quienes tiran la piedra y esconden la mano. ¿Serán parte de los mismos iracundos que no se cansan de darle portazos a esta paz vulnerada, vulnerable y acordada, que nos empeñamos en defender? ¿Quién, concretamente, los financia? ¿A quién le conviene que sigan haciendo lo que les da la gana?  Es como si los violentos se hubieran vuelto invisibles ante los ojos de quienes tienen la obligación de parar el exterminio. La ecuación parte de la base de que somos idiotas, y les ha funcionado: Como los criminales no tienen nit no existen, y como no existen nadie los persigue.

Matar indígenas, excombatientes y líderes sociales, se volvió un delito que no merece titulares, ni asombro, ni repudio de buena parte de la sociedad (perdón, ¿dije “buena”?). Ahora estamos en shock por el vengador anónimo nacido en Wuhan; pero desde mucho antes a la gente la vienen matando frente a sus hijos, en la puerta del billar y en la mitad de la vereda, mientras el hemisferio indolente de Colombia mira para otro lado. La culpa no es de los puntos suspensivos que ahora nos tienen embargada la vida; la culpa se alimenta de una indiferencia que, precisamente por indiferentes, ni siquiera notamos.

Uno de los peligros de este vértigo séptico que estamos viviendo es que la angustia de una muerte indiscriminada y retadora nos haga olvidar la otra amenaza: la de siempre, la que tampoco debió existir, la que se lleva mucha más gente que el virus, y se ha ido tomando sorbo a bala, nuestro ADN.

En medio de unas curiosas prioridades, nos incumbe (¿de verdad?) que dos príncipes-prueba-positiva pasen la cuarentena en sus castillos, pero nos resbala que cerquen a los indígenas contagiados, y los discriminen y humillen, como si ese rechazo no doliera más que la enfermedad.

23 presos cuyos nombres nadie recuerda, pasan de la celda al cementerio; y otros miles respiran, pero no viven. Nos aconsejan que no miremos los videos, son horribles. Tan cómodos nosotros: podemos cambiar de canal. Ellos, en cambio, no pueden cambiar de realidad.

Tendremos infinidad de retos post-pandemia. Por ahora, además del enorme desafío científico, socioeconómico y político, tenemos la obligación de no volvernos amnésicos, así muchos se esfuercen por embutirnos la conciencia en gabardinas anti-memoria.

Un crimen no borra otro crimen, ni es verdad que, en temas de pobreza, corrupción y fanatismos, un clavo saque otro clavo; tampoco se trata de hacer un pulso entre la infección y la violencia, a ver cuál de las dos es más devastadora. Ambas son horribles, y las dos hay que resolverlas.

De poco servirá salvarnos de la fiebre, y morirnos de plomo. O de inequidad.

ariasgloria@hotmail.com

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