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Peñalosa y el abrazo del oso

Arturo Guerrero
04 de septiembre de 2015 - 02:27 a. m.

 Candidatos más grandes que los partidos. Candidatos a quienes los partidos, con su adhesión, les hacen el abrazo del oso y les trituran las costillas. Conductores eficaces de la cosa pública que se dejan contaminar por el apoyo de grupos políticos con olor a naftalina y uñas afiladas.

Esta es la gran incongruencia de la actual campaña a la Alcaldía en Bogotá. Tiene nombre propio: Enrique Peñalosa. Le ha sucedido en ocasiones anteriores sin número.

En un comienzo la gente se entusiasma al recordar sus alamedas, bibliotecas espléndidas, el TransMilenio original, colegios, espacios públicos. Muchos ubicados en el apiñado y problemático sur.

Las losas fracturadas de la troncal norte-sur, el esquema empresarial con los dueños enquistados del transporte y los bolardos esperpénticos, son verrugas que pesan menos que los logros.

En entrevista de 2000 al publicista Ángel Beccassino, editada como libro de 300 páginas, Peñalosa y una ciudad 2600 (sic) metros más cerca de las estrellas, el exalcalde reconoce que “la raíz de la corrupción aquí pasa por nombrar a recomendados políticos en cargos donde puedan robar”.

Y a renglón seguido acepta: “bueno, Mockus fue todavía más radical que yo”. Mockus y Peñalosa, ambos independientes de partidos, fueron lo mejor que le ha llegado a Bogotá.

La ciudad consiguió con ellos infundir sentido de pertenencia a la sarta de malhumorados que la atascan. Y los dos burgomaestres cobraron halo de celebridad mundial.

Aquel remanso sucedió en las bisagras del milenio. Hoy no quedan rastros de su perfume. Reaparecieron los partidos, de izquierda o derecha, da lo mismo, y torcieron de nuevo el destino capitalino.

Pues bien, Peñalosa es hábil en dejarse manosear por esos partidos y en sabotear el entusiasmo inicial de votantes que recuerdan su cercanía a las estrellas.

Permite que los sátrapas le sostengan el megáfono, aparece en fotos de adhesión al lado de caciques cavernarios, recibe apoyo de coléricos aspirantes al trono de los abuelos.

Es como si no conociera la historia, como si para él el siglo XIX y sus herencias sanguinarias hubieran sido asunto de otras tierras. Como si desechara el poder del símbolo, la peligrosa memoria del pueblo.

Es como si le diera espalda al electorado bogotano, tan distinto del clientelismo de otras épocas y regiones, tan atento al voto de opinión, tan vanguardista. Y se ubicara en escenarios de vetustas banderas, discursos veintejulieros, surcos de dolores.

Se rodea de políticos, cuyo único horizonte es conseguir la silla presidencial. Él que proclamó “yo creo que es mucho más entretenido ser alcalde que ser presidente, porque en este momento, en Colombia, lo único que tiene que hacer el presidente es ganar la guerra, ponerle orden a esto. Una labor muy aburrida, porque no es una labor muy constructiva ni creativa”.

Hoy habría que recetarle su misma medicina, tomada del libro citado: “la persona que desarrolla lo que es no necesita estar compitiendo… porque el alma se le va llenando permanentemente de lo que es”.

arturoguerreror@gmail.com

 

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