Pensar en el largo plazo

Armando Montenegro
19 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

Uno de los mayores costos de casi una década de estéril polarización política ha sido que el país ha dejado de pensar en algunas de las cosas más importantes para su futuro, aquellas que tienen que ver con el largo plazo, en temas como el uso de sus recursos naturales, el medio ambiente y, en general, el bienestar de las próximas generaciones.

Miremos, por ejemplo, el caso del consumo de energía. De entrada, sabemos bien que, terminada la fiesta petrolera, el país enfrenta un doble problema: los precios del petróleo no volverán a sus niveles de bonanza y, peor aún, las reservas de crudo, que son muy bajas, seguirán cayendo en los próximos años. Como si esto fuera poco, a raíz del calentamiento global, los principales países del mundo, con excepción de Estados Unidos en la era Trump, evitan, en forma decidida, el consumo de los combustibles fósiles.

Ante las nuevas realidades, las autoridades no deberían empecinarse en reconstruir un mundo que ya no existe ni va a volver a existir. Hacen falta nuevas orientaciones, algunas de ellas radicales, para encarar los nuevos desafíos.

Colombia debería, como muchos países desarrollados y varios de los emergentes, establecer una política clara y precisa para eliminar gradualmente, en un plazo razonable (20 o 25 años), los vehículos que consumen combustibles fósiles. La entrada masiva de carros eléctricos debería estimularse directamente mediante bajos aranceles de importación y, en forma indirecta, a través de mayores impuestos a la gasolina, el diésel y el rodamiento de los vehículos tradicionales que los hagan cada vez menos atractivos para los consumidores. De manera complementaria, los ensambladores locales deberían recibir las señales necesarias para que, al cabo de un período prudente de ajuste y transición, fabriquen únicamente carros híbridos o eléctricos (las motos más contaminantes deberían retirarse de las calles en forma inmediata).

Colombia, así mismo, debería impulsar decididamente el transporte masivo. A este propósito deberían dedicarse los recursos adicionales obtenidos a través de los mayores impuestos a los combustibles fósiles y al rodamiento de los carros tradicionales. Con estas medidas, además de sus beneficios ecológicos, se mejoraría la calidad del aire de las principales ciudades y se evitarían miles de enfermedades y muertes que afligen a los colombianos y elevan la presión sobre el sistema de salud.

De igual manera, el desarrollo acelerado de la generación eléctrica por medio de energías limpias y baratas debería ser una parte central de los planes de expansión del país. Aunque ya se han dado algunos pasos tímidos en esta dirección, es necesario modificar numerosas regulaciones y, sobre todo, crear mecanismos que permitan que el sistema interconectado contrate para largos períodos plantas de energía solar y eólica de mayor tamaño.

Además de la energía, otras áreas de la economía van a sufrir importantes desafíos por los cambios tecnológicos que ya están disponibles en el mundo. Ya se sienten los impactos de la economía digital sobre el transporte, la hotelería y el comercio, y pronto se masificarán las novedades de la robotización y la automatización. No se debería esperar a que sea demasiado tarde para permitir que el país se adapte a estas realidades y que se reciban los beneficios que traen estas innovaciones.

 

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