Perdonar (II)*

Beatriz Vanegas Athías
01 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Hay seres en Colombia que odian porque no han sido capaces de desahogar su ira. Necesitan odiar porque si no, están convencidos de que no tienen resonancia ni lugar histórico. Para ellos el perdón es un acto que debe estar condicionado porque así han vivido: amarrados al miedo a la madre y al padre castrador. Por eso posan de heroicos y son, a qué negarlo, los inventores de guerras y contiendas. Les cuesta perdonar porque el perdón no mitifica el sufrimiento, al perdonar ocurre un proceso lento pero liberador de las causas del sufrimiento de quien no había perdonado. Por ello nunca se puede perdonar movido por el determinismo, por la Moira.

Los hacedores de la guerra en Colombia (en el monte y en el Twitter) deberían no mitificar el perdón, porque, como se ha dicho, este es restaurador en la medida en que se deje confrontar con la responsabilidad, es decir, con la llamada verdad. Así, señores de la guerra, es imposible perdonar sin confrontar el daño. Y hay que empezar por el idioma: no se trata de que “a mí me ordenaron”, “me mandaron”; se trata de: yo asesiné, yo masacré, yo desplacé, yo me apropié de sus tierras. No son “migrantes”, son desterrados y desplazados; no son “habitantes de calle”, son indigentes, seres desamparados por la inercia y corrupción estatal; no es “Seguridad Democrática”, son hornos crematorios, masacres, políticas de exterminios, asesinatos selectivos. Es necesario recuperar la precisión del idioma para hallar el perdón.

No hay perdón genuino si no hay un compromiso con las nuevas generaciones. El sainete del Frente Nacional es el antecedente de lo que NO es un proceso de paz y de perdón. Se pactó entre los oligarcas partidos Conservador y Liberal para frenar la matazón, es cierto, pero muchas generaciones quedaron sin superar sus propios miedos y ascos de entonces, porque ¿dónde están los responsables del baño de sangre y de los ahorcamientos en pueblos y veredas y de los innumerables cortes de franela? El único proceso de justicia transicional que ha creado instituciones para que el perdón vaya de la mano con la responsabilidad de quienes odiaron y violentaron es la JEP, pero los odiadores del siglo XIX dejaron su legado a través de lo que René Girard llamó la patetización del ser humano en El chivo expiatorio. Ese daño inconmensurable que la Iglesia católica ha hecho a nuestra sociedad de hacernos creer que este mundo es un lugar de sufrimientos y no de la realización y liberación que supone perdonar.

Porque la víctima y el victimario han introyectado el sufrimiento como constitutivo del ser. La existencia de un no destino fatal y sufrido sería un terreno fértil para el crecimiento del perdón porque me hace responsable de mi decisión de perdonar para estar sereno, alegre, pero con ética de la responsabilidad al reconocer y pagar por los enfermos que dejé morir pues cada muerto en la EPS aumenta mi cuenta bancaria; pagar por cada masacrado y desplazado para aumentar mis tierras y fortuna…

Continuará…

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