Periodistas: ¡estudien, vagos!

Julio César Londoño
20 de julio de 2019 - 06:30 a. m.

Que los políticos, los pastores, los astrólogos, los banqueros y todo el variopinto espectro de los mercachifles causen destrozos es normal. Lo preocupante es que el periodista les haga coro. Por ignorancia o amarillismo o en aras de un equilibrio mal entendido, los periodistas les abren los micrófonos a homeópatas, terraplanistas, creacionistas, astrólogos y médicos cuánticos con consecuencias gravísimas para la cultura, la salud y la seguridad de la población.

Esta es la alarma que enciende una carta firmada por 250 científicos agrupados en el movimiento No Fake Science. Tienen razón. La ya precaria cultura general del terrícola promedio (la inmensa mayoría) se agrava con los embustes que los charlatanes propalan y los medios amplifican. Solo por aumentar el rating, la prensa le da gran despliegue a la noticia de las niñas que se desmayaron en Carmen de Bolívar luego de ser vacunadas contra el papiloma humano, al refrito de que el alunizaje fue filmado en un estudio de Hollywood, al “axioma” de que todos los alimentos manipulados genéticamente son cancerígenos, que el homosexualismo es un virus que viene en las cartillas de la ONU y que se aproxima el eterno retorno del meteorito atroz que viene de las negruras del espacio profundo a borrar selvas y ciudades, justos y pecadores, filántropos y san Felipes Arias.

Las consecuencias de las consejas de la seudociencia son catastróficas: luego de los desmayos en Bolívar, las tasas de vacunación cayeron al 20 %. Gracias a los “friolentos”, la atención de la opinión pública sobre el calentamiento global se ha diluido. Miles de millones de personas prefieren tratamientos homeopáticos pese a la pobre evidencia de sus bondades y a sus gaseosas psologías: unas gotas de limón, trozos de cristales de sábila…

El cuadro se complica si consideramos que las personas que toman decisiones confían en la información “científica” de los medios. Para completar, los políticos respetan a rajatabla los prejuicios de la opinión pública, que tiende a ser conservadora y teológica incluso en asuntos científicos. La legislación sobre los derechos civiles de la población Lbgti, demos por caso, naufraga cada dos años exactos en los debates del Congreso. Millor Fernandes tenía razón: el líder es un sujeto que va detrás de la masa, nunca adelante.

Un primer paso para enfrentar el problema es delimitar los dominios de las disciplinas. Por ejemplo: la Creación es un relato cosmológico del Génesis; la evolución es un suceso biológico. Son narrativas paralelas, no tenemos por qué cruzarlas. La primera es metafórica, la segunda literal. Y así como los sacerdotes no buscan el asiento del alma en los libros de anatomía, sería absurdo que el biólogo buscara los resortes de la selección natural en algún versículo de Las Escrituras.

El segundo paso es que el periodista estudie ciencias. Si quiere informar primero debe informarse. La letra gruesa al menos, y las estrategias pedagógicas de los ensayos y audiovisuales de divulgación científica. Es urgente que los periodistas y los escritores nos entreguen versiones sencillas de los estudios científicos, de lo que pasa en el universo de las partículas, los cromosomas y el derecho; en los laberintos del mercado y con los caprichos del oro. Y ojalá sociólogos legibles que nos muestren la panorámica, cómo se cruzan el mundo de la moda y la geografía, la economía y el diseño, las costumbres y las leyes.

Debemos informarnos bien para los negocios y el debate, para conversar, injuriar y seducir. Y para elegir bien, claro, para merecer el título de ciudadanos, para que la democracia deje de ser solo una bonita palabra.

 

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