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Persiste la inequitativa distribución

Eduardo Sarmiento
29 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

El DANE reveló cifras de pobreza y distribución del ingreso correspondiente a 2014. Como de costumbre, el informe revela reducciones notables de la pobreza, sin variaciones mayores del coeficiente de la distribución del ingreso de Gini, que se consolida en 0,54.

Asimismo, se presenta una reducción de la pobreza de 2 puntos porcentuales, que sería equivalente a un aumento del ingreso de 7% de las personas en los estratos más bajos. Esta cifra supera con creces el aumento del salario real, y desde luego del salario mínimo, y es menos de la mitad del incremento del ingreso per cápita. Ambos aspectos constituyen una evidencia de que las metodologías que sirven de base para calcular los ingresos de los quintiles esté sobreestimado con respecto al crecimiento del producto nacional.
 
No es mi propósito entrar en un debate aritmético. La reducción de la pobreza es mayor que en las anteriores metodologías que tenían como referencia el producto nacional. Si estas metodologías se hubieran mantenido, la baja de la pobreza habría sido de un punto porcentual. Ahora bien, como la sobreestimación se extiende a todos los quintiles, el procedimiento no afecta los ingresos relativos ni el coeficiente de Gini. De allí que los ingresos de los pobres no mejoren con respecto al promedio y la distribución del ingreso no varíe significativamente.
 
En el fondo, las cifras no han cambiado en los últimos diez años. La pobreza baja por los cambios metodológicos, el crecimiento económico y el asistencialismo, los ingresos relativos de los pobres bajan y el coeficiente de Gini se mantiene entre los peores del mundo.
 
El país exhibe desigualdades muy superiores a los de las naciones de desarrollo similar. Sin embargo, la sociedad colombiana se ha resistido a aceptar el diagnóstico. La causa es el modelo económico que no ha logrado conciliar la equidad con el crecimiento y la acumulación, y, lo peor, que excluye al 40% más pobre. Se ha configurado una sociedad en que la mayoría tiene ingresos muy inferiores al promedio y una reducida cúpula obtiene ingresos muy superiores. Las soluciones se buscan en los valores medios de la distribución, mediante el acceso a la educación discriminada, los subsidios a la demanda en salud y pensiones, tributación lineal, asistencialismo, lo que alivia la pobreza y fortalece la clase media, pero no afecta los ingresos relativos.
 
Las políticas distributivas se han guiado dentro de las concepciones neoclásicas que anteponen la eficiencia a la equidad. Los esfuerzos se limitan a las prescripciones de Pareto que mejoran a los pobres sin empeorar a los demás. Las teorías presentadas en mi último libro, Distribución del ingreso es posible, ofrece un camino distinto para reducir sustancialmente las desigualdades: hay que operar sobre los extremos mejorando a los que tienen menos y desmejorando a los que tienen más, sin resquebrajar la acumulación y el crecimiento.
 
En términos generales, se plantea un sistema tributario altamente progresivo con énfasis en el patrimonio y la progresividad del ingreso para cerrar la brecha entre el retorno del capital y el crecimiento, la orientación de los recursos para elevar el ingreso de 40% más pobre mediante la elevación del salario mínimo y el establecimiento de un subsidio de medio salario mínimo para las empresas que amplíen la nómina con trabajadores provenientes de la informalidad, estímulos tributarios para las empresas que aumenten el patrimonio basado en inversión y ahorro y amplíen exportaciones, y severas sanciones para las que oculten patrimonios. La fórmula reduciría los ingresos del capital, aumentaría el ingreso del 40% más pobre, elevaría el empleo y preservaría el ahorro.

 

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