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¡Pi… ca el Guájaro!

Antonio Casale
22 de julio de 2008 - 02:14 a. m.

Así les contaba el relator a sus oyentes la manera como Arnoldo Iguarán tomaba la pelota en sus pies, y arrancaba a correr con balón dominado sacándole a sus rivales 10 o 15 metros en un solo pique.

El goleador histórico de la selección de Colombia, máximo artillero de la Copa América de 1987 y de la Copa Libertadores del 88, así como inigualable ídolo de los treintañeros hinchas de Millonarios que nunca volvimos ver a un jugador como este Guajiro, es objeto de esta columna que buscará validar a algunos grandes de nuestro fútbol que nunca recibieron homenajes de despedida más que merecidos. También lo disfrutaron, aunque en pequeñas temporadas los hinchas de Cúcuta, Tolima, Santa Fe, Júnior y Deportivo Táchira, y lo sufrieron todos los demás.

Como en casi todas las historias de los grandes, a Arnoldo le costó convencer a su familia en Riohacha de que su futuro estaba en el fútbol. Al fin y al cabo eran pocos los guajiros que habían sobresalido. Fue Juan Ramón Verón, el papá de La Brujita, quien le prometió a Arnoldo ponerlo a jugar en el Júnior. Pero justo cuando iba a cumplir su promesa, dejó de ser el adiestrador tiburón.

Cuando llegó el estratega argentino, al Cúcuta, se acordó de aquel guajiro al que le debía una promesa, hizo que los directivos compraran su pase en $40.000, y lo puso a debutar en 1978. Se disputaban los últimos 15 minutos de un partido que enfrentaba a ‘motilones’ y ‘cardenales’. Fueron suficientes para que a partir de ahí, El Guájaro se olvidara de la idea de volver a su casa con los suyos.

Cómo olvidar las repetidas ocasiones en que Iguarán  prendía la moto y el entrenador del equipo contrario se agarraba la cabeza del desespero, sabía que lo más probable era que viniera lo inevitable. Arnoldo, en las pruebas atléticas, recorría los 100 metros en algo más de diez segundos, toda una marca para un futbolista. En la cabeza de todos está ese gol, el segundo de la victoria frente a Brasil en la Copa América de 1991, imborrable como los mejores capítulos de Mazinger Z. 

 Alcanzó a jugar con los grandes de los 90, pero ya era veterano. La historia le quedó debiendo la oportunidad de jugar en Europa, tenía todas las condiciones requeridas. Velocidad, potencia, fuerza y gol, aunque él se autodefinía como un jugador que prefería pensar en equipo, antes que buscar la anotación que lo consagrara.

Hoy se dedica a su escuela de fútbol y es entrenador. Colombia entera le debe aún a El Guajiro su despedida formal, es otro de esos ídolos que nos dieron mucho, y les devolvimos poco.

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