Sombrero de mago

Pícaros de la farsa nacional

Reinaldo Spitaletta
05 de junio de 2018 - 12:35 p. m.

La política, o si se quiere, mirada desde otro minarete, la politiquería (esta última un vicio inveterado en Colombia) es “dinámica”, un eufemismo inventado por los politiqueros para justificar el oportunismo. Sí, además es camaleónica, vomitiva, parecida menos al reptil que a la náusea. Y, desde siempre, ha tenido la mentira como un elemento clave para el engaño, el manipuleo y la seducción de incautos.

Y el tal dinamismo da para todo. En particular, para la acomodación en las carpas del mejor postor. O del que más puestos ofrezca. Hace tiempos que la filosofía política dejó de hacer parte en Colombia de las banderías tradicionales. El bipartidismo, que tuvo su ascenso y mayor influjo en la dominación de las masas campesinas y urbanas en los días del excluyente Frente Nacional, ya es parte de una historia de nuevas violencias y de fraudulentas memorias.

El ejercicio político de la oligarquía, así digan algunos que el término es vetusto y les choque a los oligarcas que así los llamen, ha tenido discursos sin fin, demagógicos, según los tiempos y de acuerdo con los intereses de esas minorías. Se han disfrazado de “planes sociales” hechos y pensados para el enriquecimiento de las élites y el empobrecimiento y dominación de mayorías a granel.

Colombia, uno de los países más inequitativos, corruptos y en los que el neoliberalismo ha creado más pobres que en otras partes de América Latina, donde se ha impuesto a sangre y fuego, comenzó sus andanzas en estas lides diseñadas por don Reagan y doña Thatcher en los tiempos de Barco y se elevó, en cumplimiento del Consenso de Washington, con aquel presidente que dijo, sin sonrojarse, “bienvenidos al futuro”. Y el futuro, desde luego, era de ingentes miserias para los humillados y ofendidos y de apertura para las transnacionales e intermediarios del capital extranjero.

Fue aquel villano al que un muchachito dolorido ante el cadáver de su padre, señaló para que sucediera al asesinado por la mafia. Y se transmutó en una especie de prostituta babilónica, sacrosanta, y, en otras veces, se puso los ropajes de una ramera hospitalaria, abierta de piernas ante el mercado internacional en detrimento del mercado interno. Quebró industrias nacionales y desestimuló el sistema energético. El apagón que ocasionó fue uno de sus tenebrosos logros como mandamás obediente a la Casa Blanca y a un exclusivo club de vendepatrias.

Sus sucesores, valga anotarlo, cumplieron y, con diferencias quizá de estilo, continuaron la labor de zapa contra los intereses nacionales y en favorecimiento del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las políticas trazadas por los Estados Unidos para su todavía amplio sector de neocolonias. Así que, hasta hoy, los lineamientos del pseudoliberal presidente de voz chillona continuaron perfeccionándolos Samper, Pastrana, Uribe y Santos.

El poder político en Colombia, que tiene mucho de mediocre farsa y de espectáculo de farándula, triste la comparación dado que oculta enormes masas de desplazados, el empobrecimiento sistemático de la población, el marchitamiento de lo público en beneficio de la privatización de empresas estatales boyantes, en fin, digo que ese ejercicio del poder apela casi siempre al travestismo. Unas veces con nombres de facciones espurias con razones sociales para disfrazar su ejercicio depredador y corrupto (Cambio Radical, la U, Centro Democrático, etc.), y otras a nombre de partidos ya muertos (quizá no enterrados todavía) como el conservador y el liberal.

Y en este punto aparece César Gaviria, experto en camuflajes y graduado en tácticas politiqueras. Se vende no por un plato de lentejas, que le puede aflautar más la voz, sino por distintas “migajas” que caen al piso en el banquete de los oligarcas y sus áulicos. Todos recordarán su pataleta de “¡Uribe mentiroso!”, y, ahora, dejando tirado en la física lleca a su pupilo Humberto de la Calle, endeudado y derrotado, el aperturista (que ni Capablanca era tan experto) se suma sin vergüenza (qué vergüenza va a tener) a las toldas uribistas y al candidatico del “patrón”.

Y, por lo demás, se sumó a la servidumbre de Germán Vargas Lleras, a quien las urnas le dieron tremendos coscorronazos, y de otros lacayos, que, junto con las huestes santistas, hoy son corifeos del uribismo (¿o acaso “posturibismo”, como dice un camaleón?). Digamos que ni ganas de vomitar dan, pues no hay tripas suficientes. Manes neoliberales.

Ah, sí, claro. La política es “dinámica”. Y oportunista. Y camaleónica, que ese colorido y necesario reptil qué culpa tiene. Hace tiempos se acabaron los “principios” y el mundo es según el cristal con que se mire. Y, como dice el tango Camouflage, “cualquier gato con tarjeta se la da de gran señor / y los chorros (ladrones) se dan cita en el campo del honor”. Da pena ajena, pero esa ya la perdieron los pícaros de la farsa nacional.

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