Entre copas y entre mesas

Placeres en peligro

Hugo Sabogal
16 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Esta semana recibí dos leñazos que había intentado evitar de tiempo atrás: uno, que el café —bebida de la felicidad, como la denomina el economista Jeffrey Sachs— correría serios riesgos de desaparecer, y dos, que el vino del Mediterráneo —milenaria despensa de esa noble bebida— encararía la misma suerte. Y todo por cuenta de lo que el improvisado presidente de Estados Unidos, portavoz de los emisores de gases, niega a capa y espada: o sea, que el calentamiento global sí existe.

La más cruda advertencia, seria y fundamentada, se la oí al experto en cuestiones climáticas Corey Watts, en el seno del primer Foro Mundial de Productores de Café, realizado esta semana en Medellín, ante 1.500 representantes de 48 países. Nunca había presenciado algo igual.

Oímos allí apasionados debates sobre la volatilidad del precio del producto, la sostenibilidad del sector y el estancamiento del relevo generacional. Sin embargo, se trata de anomalías que pueden solventarse, pues, de no hacerlo, los integrantes de la cadena de valor del café pondrían en peligro su propio negocio. Y esto es algo que nadie quiere, como quedó consignado en el acuerdo final.

En cambio, la advertencia de Watts en torno a los daños causados por la contaminación del planeta es aterradora. El deterioro no sólo se cierne sobre los cultivos esenciales para la vida, incluidos los del café y la vid, sino sobre la misma supervivencia de la civilización.

Watts, autor de un detallado estudio llamado Tempestad en ebullición, dice, por ejemplo, que para el 2050 el calentamiento global habrá reducido a la mitad la producción de café en el mundo y que el arbusto desaparecería por completo hacia el 2080.

En Brasil, donde la producción se realiza en planicies bajas, el café se esfumaría por completo.

En países como Colombia existiría una lejana esperanza gracias a que sus cafetales están plantados en las faldas montañosas, donde el impacto no sería tan devastador. Pero Watts vaticina que la suave y expresiva variedad arábica, bandera de Colombia, tendría que cederle terreno a la menos encantadora robusta, rústica por naturaleza.

El colapso económico de muchas de las naciones productoras dejaría en la miseria, según Watts, a más de 120 millones de personas en 70 países.

¿Qué otras cartas podríamos jugar antes de acercarnos al temido holocausto?

Una es obtener en el laboratorio variedades resistentes a las enfermedades y al calentamiento global. Otra es reubicar la producción a lugares de altura.

Pero el costo de trasladarlos sería enorme y exigiría cuantiosas inversiones, justo cuando el resto de la producción alimenticia enfrentaría retos similares.

Algo similar ocurriría en los viñedos del Mediterráneo y en los de otras franjas productoras de vino, lo que contribuiría a desestabilizar el suelo aún más.

Peor aún, el creciente nivel de los océanos afectaría a millones de seres humanos en los cinco continentes.

Anticipándose a la hecatombe, bodegas y caficultores están mudándose a otras zonas, dejando atrás terroirs únicos e inimitables. El gran interrogante es si los vinos y cafés del 2050 nos emocionarán igual que ahora (porque no serán iguales).

Todavía nos queda la posibilidad de hacernos oír para ablandar esa dura coraza de intereses creados que hoy protege a nuestros insensibles gobernantes.

Tamaño destino, Mr. Trump.

 

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