Al único país que realmente le importa la guerra contra las drogas es a Estados Unidos. Quiero decir, a un nivel transnacional. Lo suficiente para ponerlo como prioridad en su agenda de relaciones internacionales con los países productores de América Latina. También como para realizar maniobras de entrampamiento, con el fin de llevarse preso a un guerrillero desmovilizado, a costa de los Acuerdos de Paz y la estabilidad de un país.
Es una guerra que ya se ha vuelto más que todo negocio redondo para los policías y los ladrones, tirios y troyanos, a costa de los contribuyentes y los muertos que ponemos los países productores.
No es la prioridad de los estadounidenses de a pie, para quienes más que la cocaína y la marihuana, ahora les preocupan los opiáceos y la metanfetamina. Sustancias que no tienen nada que ver con el sufrimiento de los campesinos colombianos, ni con las fortunas de los principales contrabandistas de cocaína en Colombia, y los señores de la guerra que crean ejércitos para asegurar la cadena productiva y exportadora.
No diría, sin embargo, que el Plan Colombia fue un fracaso rotundo.
Sí fracasó en la lucha contra las drogas, como fracasará cualquier política antidrogas, y en especial las militares, porque las drogas no se van a acabar. Estados Unidos, el mundo, no va a dejar de consumir cocaína en grandes cantidades, y Colombia no dejará de exportarla en grandes cantidades.
En lo que el Plan Colombia tuvo éxito fue en debilitar militarmente a las Farc. Lo suficiente para que aceptaran la vía negociada: una opción que despreciaron en 1998, cuando estaban en el cénit de su poder y no había aún Plan Colombia.
Ahora comienzan las ironías.
El Plan Colombia no habría sido necesario si la ilegalización de la cocaína no convirtiera en un multimillonario negocio el traficarla. Sin el dinero de la cocaína, las Farc difícilmente habrían puesto en jaque al Estado colombiano. No habrían tenido los recursos.
Una vez el Plan Colombia entra en ejecución, no hace mayor cosa por acabar con el narcotráfico, que sigue campante a pesar de las inversiones multimillonarias para “derrotarlo”.
Después de haber gastado unos 9 mil millones de dólares, de los cuales la mayoría fueron para empresas de armamento estadounidenses, y que dieron para serruchos de altos mandos militares colombianos y hasta para pagar falsos positivos, no se hizo ni mella en el negocio del narcotráfico. Sigue y seguirá campante.
Así que esta parecería una maniobra estúpida si no recordamos que el propósito número uno del Plan Colombia no tenía tanto que ver con Colombia y con los narcos, como con los congresistas que representaban a los estados y distritos donde operaban las empresas de helicópteros, aviones de fumigación, repuestos, y diverso armamento cuya fabricación es el verdadero motivo por el que existe la guerra contra las drogas.
En otras palabras: el Plan Colombia no era para solucionar el problema de las drogas en Colombia, sino para mantener aceitada la rueda del gasto militar estadounidense en la década de la post-Guerra Fría, cuando a Estados Unidos se le acabaron los enemigos. Recordemos que cuando se aprobó el Plan, aún no había comenzado la Guerra Contra el Terrorismo.
La burocracia, además, vive del narcotráfico. La DEA necesita que haya traficantes y carteles para sobrevivir como institución. Si se acaba el tráfico ilegal de narcóticos, ¿a qué dedicarán su tiempo los miles de agentes antinarcóticos, su obesa burocracia y sus jugosos presupuestos?
Así que la misión es combatir el narcotráfico para siempre, porque hay mucha gente que vive de eso. Es un Sísifo que depende de su tormento. Algún funcionario que quiere un ascenso, un lobista que quiere mover a un grupo de congresistas, o toda una institución, de vez en cuando le dará una patadita a esa roca para que ruede, como lo hizo cuando quiso sabotear el Acuerdo de Paz, lo único bueno que salió del Plan Colombia.
Twitter: @santiagovillach