Polarización

Humberto de la Calle
06 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

No creo en creer. 

Quiero decir que no me guío por una fe ciega, ni por la posición de los astros, ni por el esoterismo rampante. Leo todos los horóscopos por diversión. Aunque sí alcanzo a rogar en medio de la lectura que la cosa salga positiva. Pero dos segundos después he olvidado sus dictámenes. A ello contribuye también una estupenda anécdota que me contó Álvaro Gómez. Cuando era director de El Siglo, tanto las tiras cómicas como el horóscopo eran transmitidos por teletipo desde Estados Unidos. Cuando el equipo fallaba, el propio Gómez redactaba los horóscopos, me dijo con una sonrisa llena de picardía. Se notaba que él también se gozaba el asunto.

Pero el “no creo en creer” no significa que no crea en nada. Lo que es para mí determinante, es que lo que alcanzo a creer es producto de convicciones racionales. De ensayo y error. De empirismo. Del crecimiento de la ciencia. La más determinante diferencia con “los creyentes” es que aquello que no logro explicar por mis limitaciones o mi ignorancia, simplemente queda convertido en un lugar baldío que no ocupo con los mitos de la franja lunática.

Pero claro que creo. Creo que las relaciones sociales deben basarse en el respeto. Incluso en el respeto a los usuarios de todas esas fes que no comparto. Creo en el progreso de la humanidad aunque a veces desvía su destino. Pero siempre pienso que lo recuperará a base de convicción y buenas razones. Creo en el cuidado de “la casa común”, como dice Francisco. Y si veo en este terreno desviaciones ominosas, creo que serán corregidas a base de buenas políticas y de pedagogía. Creo en que el individuo tiene enormes posibilidades, pero que a su vez la solidaridad es crucial para el logro de un desarrollo armónico. Creo que nuestro modelo económico está viciado en profundidad. Que la inequidad de esta sociedad es ofensiva. Creo en la regla de gobierno en manos de las mayorías legítimas, pero también pienso que la democracia genuina no se agota allí y que el respeto a las minorías es esencial. Creo en la libertad de pensamiento. Respeto todas las formas religiosas y los cultos. Pero los asuntos de la sociedad política deben regirse a través de herramientas empíricas sin intermediación dogmática. No tengo ningún problema con Dios ni creo que él lo tenga conmigo. Pero Dios no puede ser disculpa para la molicie. No creo en la disculpa ante la tragedia: “son los caminos de Dios”.

Dejar atrás la polarización no consiste en claudicar. Ahí no está el problema. Esta sociedad afronta enormes conflictos que exigen discusión, controversia, claridad de ideas. Pero rechazo el extremismo. Es el pre-juicio la peor enfermedad. Es la defenestración del opositor lo que crea esa nube de odio que todo lo permea. En cambio, no solo es un derecho, sino un deber impugnar los razonamientos que uno no comparte. Pero deliberadamente hablo de razonamientos, no el insulto, la diatriba, ni la desoladora bellaquería de las redes sociales. El centro no es la versión descafeinada de extremistas vergonzantes. Es algo más elemental. Es preguntarse: “¿Y qué tal si este tipo, mi antagonista, puede tener razón?”. Reflexión, pura reflexión.

Coda. La Amanpour entrevista mujeres en Delhi y descubre que para ellas la moto ha sido una bendición: porque reivindican su libertad y porque evitan el acoso sexual generalizado en el transporte público. ¡Ah!

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