Política económica y emprendedores

César Ferrari
19 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

En una economía de mercado en desarrollo, con mercados importantes distorsionados o inexistentes, se requiere conjugar las políticas monetaria, fiscal y de regulación con una política de reformas estructurales que viabilice un desarrollo institucional que promueva mercados competitivos y elimine distorsiones.

Ello implica, por ejemplo, el refuerzo de los sistemas y procesos judiciales que garantice el cumplimiento de los contratos; la eliminación de los procesos burocráticos que asumen una situación de falta en el ciudadano y que obligan a que la carga de la prueba caiga siempre bajo su responsabilidad. Eliminar costos de transacción es también parte del proceso de incremento de la competitividad y rentabilidad de las empresas.

Pero también se necesita una política de ingresos en aras de la equidad, particularmente para la capitalización de las personas de menores ingresos a partir de la promoción de organizaciones financieras no tradicionales que les permita acceso al crédito a tasas de interés competitivas que puedan pagar.

De otro lado, toda política económica induce una estructura de incentivos y de precios que condiciona la operación de las unidades y de los agentes económicos. Esa estructura de incentivos debe inducir altas tasas de inversión y ahorro en sectores de producción de bienes transables sobre la base de las ventajas comparativas dinámicas del país, más allá de los recursos naturales relativamente abundantes (petróleo). Solo así es posible viabilizar el crecimiento de la economía y la generación de empleo y autoempleo de alta productividad.

Esa política debería significar una situación fiscal que tienda al equilibrio y que permita el funcionamiento de un Estado eficiente, promotor del sector privado, y proveedor de bienes públicos; una situación monetaria compatible con niveles de liquidez interna adecuados a los requerimientos del crecimiento, la estabilidad y la equidad; y precios básicos (tasa de cambio, tasas de interés, salarios e impuestos) y de servicios públicos estables y competitivos a nivel internacional.

En ese contexto, pareciera que el empresario jugara sólo un rol pasivo en función de lo que la política económica le permite hacer. Si bien la política económica proporciona el contexto, el progreso económico no depende exclusivamente de ella. Si la política económica no proporciona una estructura de precios básicos adecuados no deben esperarse milagros del empresario. Pero también se puede tener una estructura de precios adecuada, y si el empresario no la aprovecha porque tiene poca iniciativa, porque es rentista o por lo que fuere, tampoco se lograran superar los problemas económicos fundamentales: poco crecimiento, alta inflación, inequidad en la distribución del ingreso.

Hay un caso paradigmático que ilustra el tipo de empresario que es fundamental para el desarrollo: Henry Ford, el fundador de Ford Motor Company, quien vivió entre 1863 y 1947. No sólo fue lo suficientemente innovador para crear el sistema de ensamblaje en línea, que elevó la productividad en la fabricación de automóviles en diez veces, sino el diseñador del automóvil de bajo costo y adquisición masiva que permitió conectar a los Estados Unidos y eliminar el aislamiento rural, el famoso Ford T de 1908 que se fabricó hasta 1927. Gracias a las economías de escala y a su estrategia de masificar el producto, ese automóvil que comenzó vendiéndose en 850 dólares, en 1916 se vendía en 360 dólares. Ese año vendió 580 mil vehículos; en total vendió 15 millones de Ford T.

Ford fue, además, lo suficientemente perceptivo para convencerse de que sus propios trabajadores serían sus principales clientes. De tal modo, contra la oposición de los otros fabricantes de automóviles e industriales de la época, compartió sus ganancias con sus trabajadores duplicándoles el salario. En 1914, cuando el salario industrial era de 14 dólares la semana, decidió pagar a sus trabajadores 5 dólares diarios por jornadas de ocho horas de tal modo que todos pudieran comprar el Ford T que para entonces había reducido su precio a la mitad de lo que comenzó costando. Lo acusaron de todo, de poner en peligro la industria y de ser un populista demagogo. Pero tenía razón y poco tiempo después tuvieron que seguir sus pasos.

Ese es el tipo de empresario que se necesita: el que se plantea que son sus propios obreros quienes deben comprar sus automóviles con tres meses de salario. Si fue una cuestión de inteligencia o de desprendimiento es debatible. De cualquier modo, en la cumbre de su éxito se había vuelto el hombre más rico del mundo.

* Ph.D. Profesor, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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