El momento político es uno en que el gobierno, en una situación que no tiene antecedentes, parece poco interesado en conformar una coalición mayoritaria en el congreso que necesita para desarrollar sus propuestas. Esa extraña situación coincide con un año electoral en que se definirá la estructura de poder y el manejo de los presupuestos regionales.
Esta semana será definitiva para la JEP cuando sabremos si se tramitan, o no, las objeciones presidenciales. En medio de una discusión política, a la que se le rebuscan argumentos jurídicos desde todas partes, existen dos hechos indiscutibles:1) El No ganó, efectivamente, el referendo, y 2) El Uribismo ganó las presidenciales. La inconveniencia real se refiere a ello: no es conveniente que el país siga dividido. Tampoco que la opinión que ganó referendo y elecciones se deba silenciar porque ganó. No hace sentido.
¿Y cómo ha ocurrido eso? Santos pudo hacer realidad los acuerdos porqué se garantizó unas mayorías parlamentarias y contó con el apoyo de las Cortes. En política real, sabemos, no basta “tener razón”. A Duque se le enredó la reforma tributaria y está a punto de pasar lo mismo con sus objeciones a la JEP, porque no ha logrado mayorías en el congreso, como advertimos desde agosto en esta columna, al tiempo que no se observa en el gobierno una estrategia exitosa de comunicación política. (Ver aquí)
La apuesta de Duque, al no transar con los caciques regionales y la mermelada tóxica, cambiando reglas no escritas de la relación gobierno-congreso, ha tenido ese costo pero resulta difícil especular con que no lo tenía presupuestado. Seguramente pensó que el país lo iba a agradecer si conseguía reducir los niveles de corrupción, cosa que, todavía, no se ha visto, y en cambio ha tenido para su gobierno un alto costo. ¿Le llegó la hora de modificar esa estrategia?
Para el gobierno es una tarea difícil. Todo indica que el Liberalismo oficial y el Cambio Radical Vargas Llerista, fieles de la balanza en el congreso, no van a acompañar a gobierno “a cambio de nada”. En política real los apoyos de partidos y movimientos no se refieren a simpatías personales o morales si no a asientos en el gabinete; a la posibilidad de ejecutar políticas y presupuestos. Ocurre aquí, aunque no existan partidos sólidos, y en todas partes del mundo.
Estos hechos suceden en las puertas de unas elecciones regionales en que, de mantenerse la tendencia, el desgaste del gobierno lo pueden asumir los candidatos del Centro Democrático, en general. El pulso más fuerte será, naturalmente, la elección de alcalde en Bogotá.
En la capital hemos asistido a lo que en el lenguaje del futbol se llaman partidos amistosos, faltando por jugarse los “oficiales”: No han aparecido todas las alineaciones que los van a disputar. Mientras los verdes han puesto todas sus cartas sobre la mesa, al reproducir el esquema que le dio resultados al Centro Democrático en las presidenciales, un “mano a mano” López- Navarro con que buscan obtener el foco de la opinión, el centro derecha no tiene, aún, un candidato sólido y creíble.
Pero en Bogotá gobierna la opinión a diferencia de los que ocurre en la mayoría de alcaldías y gobernaciones. En la ciudad con mayor presupuesto del país; el objetivo más importante, tendremos alcalde, otra vez, con un 30% de los votos. De entrada, estará en problemas su gobernabilidad.
En las regiones, donde la influencia de las maquinarias es mucho más significativa e influyente, la clase política se encuentra puesta a decidir entre disfrutar el apoyo, los presupuestos y las mieles de acompañar al gobierno (en este caso recortadas por la reducción de la mermelada tóxica) o hacerle oposición. Los argumentos morales; la razón, tendrán poco que ver en su decisión.
Posdata: esta columna intenta un análisis político y no refleja, necesariamente, el “deber ser” o las preferencias personales de quien la escribe.