Política y reduccionismo

Juan David Ochoa
12 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.

Apelar a los impulsos básicos de una nación usando la defensa urgente de los valores perdidos y la amenaza de un enemigo en común para consolidar la unión bajo una idea poderosa es una antigua y conocida estrategia política para ganar adeptos sin mayor esfuerzo. Lo hicieron todas las sociedades en los principios de su evolución democrática: Italia llevó a Mussolini al poder por la nostalgia de la gloria perdida de la antigua Roma; Alemania llevó al monstruo más grande y poderoso del siglo XX a su estatus más alto y decisivo por la unión masiva del odio contra una raza usada como chivo expiatorio para explicar la bancarrota de la Primera Guerra Mundial; Milošević, en Serbia, llegó como una promesa contundente contra las razas enemigas de su pureza en un territorio compartido. Lo hicieron también desde el poder emergente los antiguos humillados: Francia y su extensiva revolución de guillotinas, la Unión Soviética y su estalinismo criminal, Corea del Norte y su hermetismo paranoico. Lo que trajo la historia bajo sus nombres y sus tesis lo conocemos todos, los libros de historia están embadurnados de sangre con los números de todas las víctimas bajo una idea solemne y puritana, y aunque parezcan destinos seguros para todos los ciclos de las naciones que empiezan a improvisar su futuro, la historia se repite igual, con sus mismas causas y sus mismos delirios y sus mismos impulsos entre las tácticas del miedo que aprenden a conocer muy bien los caudillos que toman sus banderas para salvar la historia y renovar los tiempos.

El reduccionismo como fórmula política resulta siempre efectivo y poderoso para el grosor de los votos y el ardor contra todos los fantasmas. Y en las actuales campañas electorales, esa vieja mezquindad del manoseo del miedo y la amenaza ha vuelto a llegar entre estrategias bien conocidas por el Establecimiento que pretende ahora desestabilizar la indignación creciente contra su misma estructura predecible y cansada. Iván Duque y sus nuevas alianzas: Colombia Justa Libres, bajo el nombre del fanático John Milton Rodríguez y la obvia adhesión de Viviane Morales, emprenden ahora en bloque su  rechazo contra el reconocimiento de la ley a las comunidades marginadas por una moral atávica de prejuicios. El viejo y cacareado problema venezolano, al que quisieron acudir reduciendo la monumental tragedia de la historia colombiana en una fórmula xenófoba y simplista, ha resultado ser inútil a pocos días de la primera vuelta presidencial, entonces reforzaron el miedo y dirigieron el discurso al amplio margen estadístico de los instintos.

Los dos marcos proponentes del Centro Democrático son justamente los más reduccionistas de esa gama de ultramontanismo político: Familia y Justicia. Los valores del primer marco están construidos sobre la base de un imaginario tradicional que cumple con la orden de un paradigma moral y religioso, y que tendría su supervisión entre los personajes que trabajan tras bambalinas del partido por la restauración de las costumbres medievales: Alejandro Ordóñez y los nuevos adeptos estratégicos. El segundo y el más frágil de sus marcos está concebido bajo la vieja excusa de la persecución de las cortes en contra de sus fugitivos y, en caso de una victoria presidencial, será usada para salvar los pocos nombres impunes que quedan, y en una adenda que raya entre la estupidez y el chiste prohibirán la dosis personal, y con látigo en mano, como los curas armados de los años que incendiaron esta larga historia de pureza y sacrificios, intentarán reformar esta comarca de impíos y paganos por fin y para siempre.

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