Politizados

Alberto López de Mesa
03 de julio de 2019 - 04:44 p. m.

La democracia, idealmente, fundamenta la soberanía del pueblo con mecanismos de participación que legitiman a sus representantes; pero en la práctica son los poderes económicos los que imponen sus intereses sobre la voluntad popular y terminan orientando el proceder de cabildantes, congresistas y gobernantes. Cuándo tal incidencia adopta la forma de una corriente ideológica o de un partido político, logran supeditar todas las instancias del Estado a favor suyo. Así se ha politizado el sentido del desarrollo, la legislación y hasta la justicia de los países.

Verbigracia, llevamos varias décadas sin trenes en Colombia y, pese a las congestiones en las carreteras intermunicipales, al atraso en la movilidad, en los planes nacionales de desarrollo no se propone la reactivación del sistema ferroviario, porque competiría con los monopolios del transporte de carga y de pasajeros, con los concesionarios de vehículos, de gasolina y diésel, todos los cuales han invertido en la elección de gobernantes y congresistas que les aseguran la hegemonía en el negocio. Esto es la politización del desarrollo.

Bogotá, desde que superó los siete millones de habitantes, necesita un metro para solucionar el transporte masivo, recomponer su movilidad con proyección futurista, sin embargo, en este siglo, el alcalde Enrique Peñalosa optó por Transmilenio, sistema de transporte masivo con vehículos vendidos por la multinacional Volvo y con combustible diésel.

En el gobierno progresista del alcalde Gustavo Petro, rival político de Peñalosa, el metro volvió a ser prioridad, se adelantaron estudios y diseños para un metro subterráneo que el entonces presidente Juan Manuel Santos, públicamente, prometió financiar, todos vimos dizque le entregó a la ciudad un cheque que resultó chimbo, porque ahora, en la segunda alcaldía de Peñalosa, mandaron a la porra los estudios del subterráneo y se decidió un metro elevado concebido para fortalecer como abastecedor el sistema Transmilenio. Seguramente esta administración dejará todo amarrado para que el próximo alcalde se obligue a ejecutarlo de modo conveniente al negociado. Esto es desarrollo politizado.

Desde que se decretó la ejecución de la carretera “Ruta del sol”, desde que se legisló sobre el modo de su licitación, la constructora brasileña Odebrecht, repartió coimas a diestra y siniestra, invirtió en campañas políticas y, en efecto, logró la multimillonaria contratación. Se descubrió que Odebrecht sembró la corrupción en casi toda Latinoamérica, en varios países destituyeron y encarcelaron gobernantes y funcionarios de altísimo perfil, en Colombia ha habido suicidios y capturas de implicados, pero se sabe que en la Fiscalía, se engavetaron o desaparecieron expedientes de políticos y magnates comprometidos en el delito. En cambio se publicitan con sensacionalismo procesos que orienten la atención pública hacia otro lado. Esto es justicia politizada.

Los países desarrollados, comprometidos con la mitigación del calentamiento global, imponen severas medidas tributarias y también policivas a las empresas que irracional mente exploten los recursos naturales, esto ha provocado que las empresas mineras y petroleras prefieran negociar la extracción de minerales y de petróleo con países subdesarrollados, donde las leyes ambientales son laxas y las licencias de explotación se pueden lograr comprando a los funcionarios decisorios. El actual gobierno colombiano, va a optar por el fracking para escunchar pozos petroleros, dio licencias a los árabes para extraer oro en el páramo de Santurbán, alargó el contrato a los carboníferos en el ya destruido suelo guajiro, aceptó el uso del venenoso glifosato para destruir los cultivos de coca, permite la deforestación en zonas selváticas para que se imponga la ganadería, le vendió a los japoneses bosques madereros en el Darién, todo esto sin considerar que las comunidades prefieren la protección de las cuencas hídricas y de la biodiversidad. Esto es la ecología politizada.

Así pues, politizar es un acto ventajoso y perverso que desvirtúa la participación democrática, es el disfraz político que usan los poderes económicos para imponerse y/o manipular el devenir de una nación.

 

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