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Populismo, ¿al fin qué?

Santiago Montenegro
04 de agosto de 2008 - 02:38 a. m.

EN COLOMBIA TENEMOS QUE RESOL-ver un problema conceptual sobre el populismo. De un lado estamos quienes creemos que el populismo es muy pernicioso para las instituciones y la democracia y, en el otro, está un importante grupo de intelectuales que sostienen que uno de los principales problemas de Colombia es el no haber tenido una fase populista en su historia.

 Entre éstos sobresalen el ex rector de la Universidad Nacional Marco Palacios, hoy en el Colegio de México, y Jeremy Adelman, de la Universidad de Princeton. Pero la discusión realmente se enreda cuando otros analistas, al tiempo que lamentan que en el pasado no haya habido populismo, hoy atacan al presidente Uribe precisamente por populista.

Prácticamente todos los analistas coinciden en que en el pasado no hubo populismo. Por ejemplo, el historiador David Bushnell ha enfatizado que, por esa razón, Colombia es el país menos estudiado y el menos comprendido en los Estados Unidos y en Europa, pues no se adapta a los estereotipos allá usados para analizar y discutir sobre América Latina. A diferencia de países como Argentina, Brasil, México o Chile, Bushnell argumenta que en Colombia, además de la inexistencia de populismo, los dictadores militares fueron prácticamente desconocidos y la izquierda fue congénitamente débil.

Por la vía positiva, se podría agregar que, en la esfera de lo político, Colombia también tiene una de las tradiciones electorales más largas del continente, ha sido gobernada por civiles y los gobiernos han hecho un uso limitado del poder. Por supuesto, tenemos muchos problemas, entre los que sobresale el elevado índice de violencia y la narcopolítica desde los años ochenta, y en común con casi todos los países de la región, tenemos una justicia débil, un bajo ingreso per cápita y una pésima distribución del ingreso.

¿Por qué la ausencia de populismo en Colombia? Fundamentalmente por tres razones. En primer lugar, porque el Estado ha sido históricamente pobre y no ha tenido grandes rentas autónomas para capturar y distribuir, como han sido el petróleo en Venezuela, el estaño y el gas en Bolivia o los impuestos a las exportaciones agrícolas en Argentina. En segundo lugar, porque en Colombia la transición demográfica, la urbanización y la industrialización se dieron sobre una estructura de asentamiento poblacional extremadamente dispersa, en uno de los territorios geográficamente más abruptos del planeta.

Así, mientras ciudades como Buenos Aires, Montevideo, Caracas o La Paz concentraron porcentajes muy altos del total de la población de sus países, en particular de las clases medias y obreras, en Colombia la geografía y el patrón de asentamiento poblacional fragmentaron a dichos estamentos sociales que, en otras latitudes, sirvieron como base a movimientos populistas organizados. Posiblemente por esa misma razón, Colombia ha tenido una de las tasas de sindicalización más bajas del continente. En tercer lugar, la fragmentación regional se extendió, además de la población, a los sectores económicos y políticos, de forma tal que el Estado ha sido más un escenario de transacción y búsqueda de consensos que de hegemonía o dominación. Así, ese escenario fue tierra abonada a una tradición de cambios políticos moderados, a intervalos regulares y predecibles.

Debo confesar que he hecho un esfuerzo muy grande para entender cuáles pueden ser las consecuencias benéficas del populismo, pero no he podido encontrarlas. Tampoco puedo comprender por qué el populismo pudo haber sido bueno antes pero ahora malo, o por qué el populismo de unos podría ser positivo y el de otros pernicioso. Bushnell tiene razón, este es un país muy poco comprendido.

 

 

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