Por debajo del mar Negro

Eduardo Barajas Sandoval
27 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Un cordón de energía, no imaginado por más de cuarenta siglos, pasará por las profundidades del Mar Negro para unir a Rusia con el sureste de Europa. El más oscuro de los mares ha sido punto de encuentro y busca de recursos marinos desde la Europa Oriental, el Cáucaso y Anatolia. Por eso mismo ha sido, hasta nuestra época, motivo de todo tipo de pretensiones de dominio; como lo demuestra la reciente aventura rusa de anexión de la península de Crimea, que se mete justo en ese mar como una cebolla colgada del norte.

Ya sabemos que grandes ríos del lado europeo, y del asiático, desembocan en ese lago común, en cuyas profundidades no puede haber vida por la química de los residuos biológicos que arrastran hasta allí las aguas dulces. También sabemos su valor estratégico y, sobre todo, la significación política, económica y militar, que tiene su única salida hacia el Mediterráneo y el Atlántico, que es el estrecho del Bósforo.

Todos estos factores sirven para entender el contexto de lo que han sido, a lo largo de los últimos cinco siglos, las relaciones entre Rusia y Turquía, agitadas como las olas que desde siempre han amenazado, cuando se crecen, a los navegantes provenientes de todas las riberas.

Entre 1568 y 1570, el Imperio Otomano, recién instalado en Estambul, antigua Constantinopla, y el Imperio Ruso, libraron la primera de una serie de por lo menos diez guerras, sin contar las amenazas, las escaramuzas y los gestos de agravio y desagravio que desde entonces jamás han cesado. En nuestros días los altibajos se ponen en evidencia con los encuentros y desencuentros entre Vladimir Putin y Recep Tayip Erdogan, con motivo de la guerra de Siria, el derribo de un avión ruso y los abrazos de sus frecuentes encuentros personales.

El potencial energético de Rusia sigue siendo, como lo ha sido a lo largo del último siglo, objeto de interés y de negociación económica, cargada de ingredientes políticos, con los países de la Europa central y oriental, además de los Balcanes. Por lo tanto los caminos, y el control de las llaves de gasoductos y demás transportadores de energía, juega un papel importante en las relaciones entre todos ellos. Siendo siempre Rusia la dueña y administradora de las fuentes, conforme a sus intereses.

Curiosamente, la más peregrina de las ideas está cercana a convertirse en realidad: un gasoducto de doble tubo, proveniente de Ruskaya, en la costa noreste del Mar Negro, llegará en pocos días a Kiyikoy, en la Tracia turca, el extremo oriental del continente europeo. Allí uno de los conductos proveerá de gas a Turquía y el otro quedará listo para que se beneficien los países balcánicos y todos los que se quieran conectar en el futuro.

El paso tradicional del gas ruso hacia Occidente, a través de Ucrania, está a punto de quedar cerrado. A ello obligan tanto la necesidad de diversificar el destino del producto, como el proceso político de enfrentamiento entre Moscú y Kiev, que ante el vencimiento de contratos vigentes no augura grandes posibilidades de continuidad.

En virtud de la disputa entre Rusia y la Unión Europea, en busca del trofeo de la voluntad política de Ucrania, ya se había pensado en lanzar una línea hacia la costa confiable de Bulgaria, para abrir un nuevo frente de provisión de gas a Europa. Pero la idea fue abandonada porque los acuerdos con los búlgaros no coincidían con la legislación comunitaria de Europa, que no admite que la tubería esté administrada por el propio dueño del producto que se transporta.

Por ese camino se llegó a un acuerdo con Turquía, en medio de las agitadas aguas de las relaciones bilaterales, pero en atención a los intereses complementarios de los dos países. El proceso tuvo que superar serias dificultades, e inclusive amenazas de abandono del proyecto. No era para menos en medio de esa secuencia de gestos tan diversos que van desde la realización de ejercicios navales conjuntos hasta enfrentamientos políticos respecto del orden regional en esa zona del mundo, que exige sofisticado manejo diplomático pues toca asuntos tan trascendentales como las relaciones de ambos con Siria e inclusive con Irán.

El acuerdo al que han llegado, y la consolidación del “TurkStream pipeline”, tienen una importante significación para el orden regional y, en consecuencia, para el orden, o el desorden, mundial. Al ser destinataria y huésped del gasoducto, Turquía se acerca cada vez más a Rusia. Por encima de las diferencias que puedan tener, quedan ahora conectadas por el cordón umbilical de la doble tubería, que genera intereses comunes adicionales a su condición de habitantes de vecindarios cercanos.

El problema radica en el hecho de que el fortalecimiento de la cooperación entre Rusia y un miembro clave de la OTAN, como Turquía, altera los balances existentes hasta ahora en un sector del mundo en el que, lejos del Atlántico, la amistad de quien controle el Bósforo juega un papel muy importante. Para agravar las cosas, desde el punto de vista occidental, a Rusia y a Turquía les unen la incomprensión y la altivez gratuita de los Estados Unidos y las ambivalencias de la Unión Europea.

Una muestra importante de la situación está representada en el hecho de que, tanto en Rusia como en Turquía, no solamente los gobiernos, sino la ciudadanía, consideran que europeos y americanos les tratan de manera desconsiderada. El refuerzo mutuo de la opinión oficial y el sentimiento ciudadano son una fórmula poderosa, imposible de modificar si no se actúa a tiempo.

Putin y Erdogan se alzan así como líderes de países sensibles, incomprendidos y mal tratados, que encuentra en circunstancias comunes argumentos sólidos e incontrovertibles de cercanía. Los diplomáticos de Bruselas y Washington deben estar preocupados, en el primer caso, por la construcción de una nueva Ostpolitik. En el segundo, seguramente les queda difícil explicar todo esto a un jefe que lo que sabe es vender y compra edificios y campos de golf, mientras por debajo del mar negro llegan de Rusia dos tubos que pueden ser el principio de cambio de unas cuantas cosas.

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