Por el país que pudiéramos ser

Mario Méndez
09 de marzo de 2018 - 04:15 a. m.

Hoy queremos reflexionar acerca de recientes pronunciamientos relativos a lo que es y pudiera ser nuestro país si se les prestara atención a los signos sociales que indican la necesidad de cambiar la Colombia que vivimos… y padecemos.

Nos referimos a los interesantes videos que circulan por la web en los cuales Julián de Zubiría, Mario Mendoza y William Ospina, entre otros polemistas, hablan de los rasgos de nuestra cultura, en especial la cultura política, además de lo que implica, en el caso de Zubiría, la mala calidad de la educación. Sorprende que estos compatriotas tengan tal claridad al mostrar los rasgos de nuestra realidad, mientras se presenta una lamentable falta de conocimiento y de conciencia entre quienes se encaraman en la cúpula del Estado sólo para darle continuidad al dominio de una casta inepta en el manejo de la política. Esa es la realidad: en el ámbito del poder, no aparece quien se destaque por su lectura del presente y el futuro de la nación, salvo, quizá, el ministro de Salud, Alejandro Gaviria, así no estemos de acuerdo con algunas de sus decisiones, atado como él está al engranaje de la Realpolitik.

Sin desconocer las diferencias ideológicas y de praxis, inherentes a cualquier contexto social, es inocultable el desinterés de los sectores que se lucran del ejercicio politiquero, pues en general no se detienen a pensar en posibles soluciones para los problemas sociales, así como de modernizar, siquiera, el Estado, para que Colombia supere este infamante atraso que nos lacera. La inercia les conviene a quienes logran una oficina en el Capitolio, con las debidas excepciones, en la búsqueda de beneficios personales y el atractivo de convertirse en vedettes de la cosa pública, y no en las formas más adecuadas para el bien colectivo.

Esa tendencia detrás de las campañas se corresponde bastante con la meta del éxito fácil, a modo de réplica de una práctica social que no tiene respaldo en preocupaciones sociales, sino personales o de clase pero de clase dominante. Si comparamos las calidades de los pensadores que traemos a cuento, dentro de una franja amplia de personajes que no ejercen la política formalmente pero piensan en función de lo público y del empeño en que lleguemos a niveles aceptables de decencia, encontramos un abismo que habla muy mal de quienes nos gobiernan y hacen perdurable un cuadro de desigualdades ultrajantes.

¿Qué decir, finalmente, de los planteamientos que señalan el atraso educativo, la incapacidad oficial para desatar un cambio profundo en este campo y la michicatería gubernamental en asuntos tan decisivos? Que por fortuna crece la conciencia social sobre la urgencia de transformar la educación y la cultura para acceder a estructuras más ambiciosas del país que queremos, así como, entre tanto, los sectores políticos más atrasados van quedando regados por los caminos de la historia… Pero en la vida social las cosas no evolucionan solas y los hombres deben comprometerse con nuevas utopías, entendidas éstas en los términos de Karl Mannheim, cuya concepción no se refiere a los sueños de los ilusos sino a los de los visionarios.

Para pensar. ¿Será posible que arribemos al siglo XXI antes de que se acabe?

* Sociólogo, Universidad Nacional.

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