Por la derecha

Tatiana Acevedo Guerrero
26 de mayo de 2018 - 11:35 p. m.

Wikipedia cuenta que Eduardo Caballero Calderón fue un “escritor, diplomático y político, dotado de prosa diáfana”. Hijo de un general, hermano de Lucas Caballero (Klim), padre de artistas (Luis Caballero, Antonio Caballero, Beatriz Caballero), Caballero Calderón escribió una columna bajo el seudónimo de Swann. Resumo esto para introducir su descripción de la política colombiana de las décadas del 70 y 80.

Swann definió las convenciones partidistas de entonces como “ferias populares”, cundidas de “vicios, corruptelas (…) trapisondas”. Reuniones de “espoliques y segundones” acumulando votos “a fuerza de promesas y aguardiente”. Aterrado por la democratización inminente del Partido Liberal, que hasta ese momento se había mantenido casi del todo señoritero, detalló al nuevo personal. Se lamentaba: “Cualquier Perico el de los Palotes, graduado en cien piquetes y comilonas por los manzanillos del pueblo, se siente con el derecho de representar a sus copartidarios”. Fue en estos años que gente que no nació rica (o más o menos rica) pudo tener oficina en el poder Legislativo o Ejecutivo nacional. Como nos ha enseñado el profesor Francisco Gutiérrez, este proceso democratizador de la política se hizo hacia la derecha y específicamente a través del ascenso sin techo del turbayismo.

El oficialismo liberal, encabezado por Turbay Ayala, tejió en varias décadas una red que logró comunicar todo el país por medio de relaciones cotidianas entre barones departamentales, caciques municipales y líderes barriales. Pese a que esta fuerza se posicionaba contra “el liberalismo cuasi-monárquico” de los López, los Santos, los Lleras (y decía representar a la “provincia”, a “los lobos” y “los oprimidos”), fue provechosa para unos pocos. Aunque para los directamente implicados significó sustanciosa movilidad social, fue perdiendo en un eterno marasmo clientelista cualquier contenido social. Y frente a la explosión guerrillera de segunda mitad del siglo XX, se hizo antisubversiva y por momentos reaccionaria. Por el camino, entre el Proceso 8.000 y la seguridad democrática se encontró también con la plata e intereses del narco y el paramilitarismo.

Vacío de promesas de redistribución este liberalismo del resentimiento, reinventado en uribismo vigoroso, se sigue vendiendo como democratizador (agitador de las banderas del pueblo trabajador en contra de los bogotanos de coctel). Las alternativas, como la galanista o las de independientes de discurso antipolítico como Mockus o la Noemí Sanín del 98, no interpelaron el voto masivo (de no ser asesinado Galán hubiera sido probablemente presidente, pero en vida no amasó grandes votaciones). Estos malos resultados se deben quizás al sesguito entre moral y clasista (a lo Swann) en los discursos e historias de estos independientes.

En el nivel regional ha habido, por supuesto, excepciones a esta democratización a la derecha. En los 80 y 90, poblaciones de Urabá apoyaron electoralmente movimientos de izquierda encabezados por gente sin abolengo. San José de Apartadó y Belén de Bajirá votaron masivamente por la Unión Patriótica. En telegrama dirigido al presidente Virgilio Barco, el cacique liberal de turno le pide intervenir para detener “el poder de la UP”. “Recuérdole su promesa darle solución al gravísimo problema afronta Turbo puerto internacional. En sus manos queda para historia rescatar este pedazo tan caro de Antioquia o no”, concluye. Entre el Ejército y los paramilitares asesinaron sistemáticamente a dirigentes y simpatizantes de la UP sólo algunos años después.

Ante la escasez de opciones de democratización hacia la izquierda, movimientos de todos los rincones han visto una oportunidad en la Colombia Humana. Han construido y dotado de sentido la campaña de Gustavo Petro. Es esa misma tradición la que hace que su sola posibilidad marque en tantos sentidos una ruptura simbólica y sea visto con tanta desconfianza.

 

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