Por otros

Valentina Coccia
19 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

El mundo de las vocaciones laborales está lleno de colores y matices. La gente pone su vida al servicio de realizar los deseos más variados, mostrando que aquello que le da sentido a la vida, realmente, es la creación. Dejar marca de alguna manera es lo que motiva a la mayoría de las personas a continuar su camino. Una de las vocaciones más extrañas pero más necesarias para nuestra sociedad es aquella de las personas dedicadas a servir a los demás. Su creación es dejar huella en una vida, abrir una puerta o una ventana de oportunidad para otros; su misión es ayudar a los demás y así sembrar la semilla de un árbol que crece de generación en generación.

Las organizaciones sociales sin ánimo de lucro y todos aquellos que trabajan ahí consagran su vida al bienestar de los demás; es un alivio que existan, pero la mayoría no es consciente de los sacrificios y las dificultades que enfrentan a diario aquellos que tienen el corazón puesto en el servicio. La Fundación Bolívar Davivienda (organización del Grupo Bolívar) recientemente sacó un cortometraje llamado Por otros, que relata tres historias que nos dan a conocer la realidad de las fundaciones en Colombia.

Sumergidos en los colores opacos y grisáceos de la ciudad de Bogotá, conocemos tres historias que nos dan a entender que las fundaciones no son un centro de interés por su escasez de recursos y por su producción nula en lo monetario. No producen bienes retornables, por eso nadie está dispuesto a invertir en sus proyectos o a auxiliarlas, a menos de que haya un interés de por medio. Las fundaciones y otras entidades sin ánimo de lucro permanecen en la mente de los colombianos como entidades maravillosas que hacen el bien, pero pocos conocen los problemas a los que se enfrentan para lograr la diferencia en la vida de las personas.

En el cortometraje, los personajes que interpretan a los gestores y directores de las fundaciones encarnan los vacíos del día a día, las frustraciones personales, las dificultades financieras y el abandono que sienten cuando las personas se rehúsan a escucharlos o a apoyar sus proyectos. Muchas veces el orgullo les impide pedir un auxilio, otras veces lo piden y no son escuchados.

Sin embargo, el cortometraje también nos permite ver la luminosidad de los bellos resultados que estas organizaciones producen diariamente: la inversión de aquellos que donan capital a las fundaciones o que las apoyan no está en la producción de dinero o en las ventajas que obtienen las empresas en la disminución de la tasa tributaria. La verdadera inversión está en la mejoría de la calidad de vida de las personas beneficiadas. A través del trabajo de las fundaciones sus beneficiarios reencuentran la alegría de vivir, vuelven a tener una esperanza en su futuro, recuperan sus vidas y tienen la enorme ventaja de que su historia sea escuchada y de que se le otorgue valor.

Las fundaciones son entidades sanadoras, son centros que con su labor prenden pequeños faros de luz. Sin embargo, no son lugares que puedan sostenerse por sí solos, o que puedan ser totalmente independientes en todas sus labores. La lucha continua por los recursos, por los auxilios de cualquier clase, no es algo que pueda pasarse por alto. Aprovechemos estas circunstancias y aprendamos, con ellas, a trabajar de la mano por un mejor futuro, por hacer la diferencia en cada vida que transforman. El cortometraje nos enseña que todos podemos formar parte de ese camino hacia el cambio: lo único que debemos hacer es tender nuestra mano para que sea acogida con la calidez de aquellos que entregan sus vidas por otros.

@valentinacocci4valentinacoccia.elespectador@gmail.com 

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