Lo divino y lo humano

Por Petro

Lisandro Duque Naranjo
11 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Pocas veces, o casi nunca, en la historia electoral de Colombia se había expresado un espectro tan amplio de adhesión a una causa política, por parte de fuerzas de la intelectualidad y del arte, como el que se gestó esta semana, espontáneamente, a favor de la candidatura presidencial de Gustavo Petro y de su fórmula Ángela María Robledo. Difícil clasificar ideológicamente el listado de personalidades, de adentro y afuera del país, que desde todas las disciplinas e idiomas (filósofos, cineastas, escritores, académicos, columnistas, líderes étnicos, un candidato presidencial de Francia y un premio Nobel que es el más querido por los lectores del mundo, J.M. Koetzee), se han impuesto el compromiso moral de llevar a la victoria a la Colombia Humana. Ese unanimismo súbito de quienes habitualmente se rehúsan al consenso se inspiró en el pánico que les suscitan la mayoría de los que rodean al candidato del establecimiento, dignas promesas de una república delincuencial.

Pero también ayudó esa buena conexión con la muchedumbre que demostró Petro, sin discursos grandilocuentes, muy por el contrario abundantes en austeras disertaciones: sobre la fatalidad de las sociedades dependientes de los combustibles fósiles, sobre las diferencias entre producir valores vegetales y parasitar de la minería extractiva, sobre la obligación de aplicarnos todos al cuidado del agua y a consentirla en las alturas de los páramos. También, al aprovechamiento del sol para mover las máquinas, al respeto por las opciones sexuales diversas, a la prioridad ética, alimentaria y de salud que se merecen los niños, al amor por los animales, a lo vejatorio que para la condición humana es la destinación de tantas tierras ociosas solo para que pasten vacas solitarias, etc., etc. Dos horas por cada plaza llena, seis por tres pueblos al día que lo esperaban colmados. Fueron meses intensos por el altiplano, las dos costas, el Eje Cafetero, el Cauca indígena y el otro, las sabanas de Córdoba. Se le metió al rancho al “presidente eterno” en Montería, y las gentes se subían a los postes para poderlo ver. La gobernadora del Valle le trancó las puertas del Hospital Universitario el sábado, pero la multitud le echó travesía tomándose una avenida. Los alcaldes de Medellín y de Cúcuta le cerraron sus plazas con policías bravos, y él tuvo que aparecérseles por otra parte, como esos cueros tiesos que los pisan por una punta y se levantan por la otra. En Cúcuta le dispararon, simultáneamente, francotiradores que le dibujaron tres telarañas a los vidrios de su automóvil blindado: una en el parabrisas, otra en el vidrio trasero y, la que hubiera sido mas letal, en la ventanilla de su asiento, donde la bala dejó una marca redonda de plomo derretido. Trasteó entonces su manifestación de miles a la escalera del hotel, desde donde solo el silencio de la multitud permitió escuchar su voz afónica, que varias veces tuvo que usar para decirle al dueño que se calmara, que fresco, que ya se iba para no seguir estorbándole el ingreso de sus huéspedes. Petro reinauguró el ágora que estuvo desierta durante 30 años. Estuvo épico. De sus discursos, generosos en primicias reflexivas, comenzaron a sacar sobrados teóricos los otros candidatos para lograr alguna química con sus audiencias.

Le ha tocado a Petro un destino que ojalá el próximo domingo no le quede grande al país.

 

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