¿Por qué creemos las noticias falsas?

Columnista invitado EE
18 de marzo de 2017 - 03:00 a. m.

Si en Colombia quedamos incrédulos ante la aceptación por parte de sectores importantes de la población de afirmaciones falsas sobre los acuerdos de paz (palabras más, palabras menos: “los acuerdos de paz son homosexualizantes y satánicos”, por ejemplo), en Estados Unidos lo mismo pasa respecto a la credulidad de sectores grandes de la población ante las mentiras que emite el gobierno de Trump. El problema de las noticias falsas, de que la gente las crea, es auténtico. ¿Cómo entenderlo?

La semiología —la ciencia del sentido— puede ayudarnos. Los semiólogos, empezando con el más famoso, Ferdinand de Saussure, han distinguido entre la lengua y el habla. Aquélla es la parte social y autónoma del lenguaje, que es, por ende, refractaria a los cambios de individuos solitarios. Ésta, el habla, es “un acto individual”, como lo dice uno de los intérpretes de Saussure, Roland Barthes, en el cual, para expresarse, el hablante selecciona y combina elementos de la lengua. En sentido estricto, los elementos se llaman signos, pero no distorsionamos la teoría al pensar también en palabras o incluso ideas.

Los semiólogos resaltan la importancia de la elección y la combinación en el habla, porque implica que el discurso de la persona depende del uso repetitivo de signos (palabras, ideas) idénticos. Al repetirse en el habla de las personas, un signo “se convierte en un elemento de la lengua”, como lo dice Barthes. Todos entendemos esto: las palabras inglesas play y high se han vuelto elementos de nuestra lengua debido a su recurrencia en el habla de tantas personas.

Así las cosas, dice Saussure, una lengua es “el tesoro depositado por la práctica del habla en los sujetos que pertenecen a una misma comunidad”. Esta es una visión bastante idealista en la medida en que nos hace creer que los sujetos que pertenecen a una comunidad tienen el mismo acceso al tesoro. Según Barthes: dado que una lengua es “una suma colectiva de huellas individuales, a nivel del individuo aislado, no puede por menos que estar incompleta”. En otras palabras, la totalidad de una lengua no puede nunca quedar depositada en un individuo, y por lo tanto no puede nunca explotar una lengua en su totalidad; más bien, le toca elegir y combinar no entre todos los elementos (signos, palabras, ideas) de la lengua sino de su lengua (incompleta).

Puesto en otras palabras, Barthes sigue, “la lengua se constituye en el individuo mediante el proceso de aprendizaje del habla que le circunda”, o más bien, que le circunde, porque no es el habla de todos los miembros de la comunidad que le circunde sino la de unos pocos, y así no es la lengua, sino su lengua, o una lengua parcial, la que se constituye en el individuo.

Hoy día, el adulto puede escoger el habla que le circunda. Si tal habla, enunciada una y otra vez, está constituida por el retorno de ideas idénticas, éstas —sean mentiras (noticias falsas) o no— tienen que volverse elementos de su lengua. Así constituida, su lengua (parcial) no deja de funcionar como una lengua cualquiera: no deja de proporcionar los elementos necesarios para la construcción de un sentido claro (“los acuerdos de paz son satánicos”, “Trump no ha tenido contacto con Rusia”) desde esos mismos y precisos elementos. Que el sentido claro de una persona sólo suene como sandeces a otra es lo que pasa cuando el habla de cada uno se elabora a partir de lenguas diferentes.

*Gregory J. Lobo

 

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