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¿Por qué no?

Aura Lucía Mera
07 de mayo de 2012 - 11:00 p. m.

Creo que estamos pasados en Colombia de acabar con la manipulación de la Iglesia católica, encarnada en sus cardenales, párrocos de barrio, curitas de veredas, arzobispos, al tratar de impedir a toda costa que las parejas del mismo sexo contraigan matrimonio, o adopten.

Ya estamos hasta la coronilla. Miles de colombianos pedimos respeto para quienes tienen una orientación sexual diferente. Tienen todo el derecho a vivir en pareja, ser felices y formar un hogar. Ya sea por adopción o inseminación. Ni la religión tiene por qué inmiscuirse, ni el procurador tampoco.

Desde sus comienzos la Iglesia las enfiló contra el sexo. Le otorgó, de buenas a primeras, la virginidad perpetua a la madre de Jesús. “Prefirió que una paloma la embarazara a que José su marido le hubiera tocado un pelo”. Los ángeles siempre los representó asexuados. Los sacerdotes no pueden conocer mujer ni casarse, pero sí pueden “dejar que los niños se acerquen a (ellos)”. Las mujeres son las causantes del pecado.

Las estatuas de mártires y apóstoles en el imaginario pictórico y tallado en madera, que se exhiben por millares en todos los museos del mundo, siempre están con cara de maricones (ellos sí), mirando al cielo mientras los chuzan con flechas. Durante siglos el órgano masculino de las estatuas, léase el David de Miguel Ángel, los Titanes, Hércules etc., siempre tenían una hojita de parra cubriendo lo que sabemos. Las mujeres sí podían mostrar los pechos, pero con la única condición de que fuera para nutrir a los recién nacidos. Tengo que confesar que en los últimos años me divierto en grande visitando museos de arte religioso, mirando todo desde esta perspectiva.

Conozco parejas de hombres y parejas de mujeres, casados y con hijos. Los mejores padres y madres. Sus hijos jamás serán maltratados, ni sufrirán agresiones físicas ni psicológicas. Si existen niños que siempre se verán rodeados de amor son precisamente los hijos, adoptados o inseminados, de estas parejas de hombres o de mujeres, que decidieron unir para siempre sus vidas.

Desconocer que el maltrato imperante en ‘hogares’ heterosexuales crece a ritmo monstruoso, es negar que el agua moja. Toda la violencia, el abuso de drogas, la insanidad de miles y miles de jóvenes, tienen su raíz más profunda en el desamor, la agresión y el maltrato de su ‘familia nuclear’. Por qué, y con qué derecho, la Iglesia, que cada día se aparta más de los postulados de Jesús, impide que estas parejas se unan y adopten hijos.

Estamos pasados, repito, de respetar a estas parejas. De aprender de ellas. Sus valores éticos, morales y espirituales la mayoría de las veces están muy pero muy por encima de los de los ‘hétero’ que en nombre de la ‘normalidad’ cometen toda clase de atropellos contra sus hijos carnales, y que están lejos, muy lejos, no importa el estrato socioeconómico, de ser los padres ‘modelos’ que pretenden ser.

Los niños merecen amor, ternura, verdad y normas. Las parejas constituidas por hombres o mujeres están en perfectas capacidades de entregarles estas premisas básicas. No sigamos siendo fariseos. La Iglesia en su sitio, el procurador en el suyo, y todo el mundo en paz.

 

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