Esta columna probablemente no les gustará a los petristas ni a los anti petristas. Quizás no le guste a nadie porque contiene opiniones muy impopulares y ojalá erradas, aunque no lo creo.
A ver: sinceramente no me preocupan demasiado las traiciones de Gustavo Petro a sus compañeros, reveladas hace casi una década por Wikileaks, pues fue un ex presidente con fama de traidor el que dio uno de los pasos más importantes en pro de la paz durante la última década. La traición, o mejor, el oportunismo malintencionado, si bien revela una deplorable condición humana, no necesariamente impide los buenos actos de gobierno.
El exceso de soberbia y la incapacidad de trabajar con un buen equipo, en cambio, sí los dificulta. Es una debilidad de carácter que un político no pueda rodearse de gente sobresaliente, y en cambio -con algunas excepciones- guste en demasía de los lambetas y los farsantes.
Es difícil observar a la gente con la que Petro podría hacer gobierno y no morderse las uñas de la angustia. Son personas sin profundos conocimientos en temas técnicos, con buena labia y escasa preparación. Esto en parte refleja lo que es él. En parte.
Petro es el político más interesante de Colombia porque es el más contradictorio. Por un lado, defiende las causas correctas y es capaz de jugarse la vida por ellas. Por otro, sus políticas públicas a menudo son delirantes e impracticables.
Él es heroico. Ha puesto el pecho para denunciar los abusos del poder, la criminalidad inserta en el Palacio de Nariño y en el Congreso, y el uso del Estado para favorecer los intereses privados en detrimento del bien público.
Fácilmente, Gustavo Petro es el parlamentario de oposición más importante en la historia de Colombia. Resulta un tanto caradura criticarlo por mal administrador cuando ha sido el alfil contra la parapolítica, y actualmente lidera la cruzada contra la corrupción de Odebrecht y sus vínculos con Néstor Humberto Martínez. Su carrera es brillante, pero no es el hombre para guiar los destinos de Colombia, o ni siquiera para ser buen presidente, como él y algunos millones de colombianos lo creen -aunque no 8 millones, pues yo voté por él en el 2018 convencido de que lo haría mal y tan solo para protegernos del uribismo. Como yo hay muchos-.
Un gran problema de Petro es precisamente lo que cree, y en particular, el hecho que cree que sabe mucho más de lo que en realidad sabe. Es decir, para tomar decisiones se basa más en sus opiniones que en información pura y dura. Más que traicionar a sus compañeros, esta característica lo hace un mal gobernante.
Por ejemplo, su política ambiental y energética llena los corazones de ambientalistas ingenuos, y genera escalofríos en quienes conocen cómo funcionan en realidad estos temas, no solo en Colombia sino en el mundo.
Su anuncio que haría una transición hacia las energías renovables y eliminaría el petróleo es quizás una de los anuncios más irresponsable y biensonantes que le escuchado decir a un candidato. De nuevo: contradictorio.
El petróleo es una de las piedras angulares de la economía, y si bien suena lindo reemplazarlo por la agricultura, es poco menos que imposible en las actuales circunstancias y con la inexistente infraestructura vial de Colombia.
Si bien las energías renovables, igual, están de moda y suenan muy bonitas, no pueden suplir la demanda de energía de un mundo que pretenda luchar contra la pobreza.
Comparto desde una perspectiva sentimental la idea de que los buenos gobernantes deben ser buenas personas, pero la verdad es que esta regla de oro, tan apreciada por personajes como Antanas Mockus -que también sería un mal gobernante-, no se sostiene ante el juicio de la historia. Muchos de los mejores líderes a menudo eran unos bellacos. Nuestro Premio Nobel de Paz, repito, tiene un oscuro prontuario ético. Y es que, desgraciadamente, para gobernar bien a veces se necesita cierto grado de malicia. Es posible ser un buen presidente y ser un traidor.
Twitter: @santiagovillach