¿Por qué nos obligan a parir para la guerra?

Mar Candela
11 de septiembre de 2019 - 07:07 p. m.

Las guerras siempre las pierden las mismas personas.

Yolanda Becerra, directora de la Organización Femenina Popular (OFP), dijo que al conflicto armado se le debe tratar por las causas y no por las consecuencias como hasta ahora se ha venido haciendo. Recordó que a la guerra se le está aislando del hambre, el desempleo y la injusticia. En noviembre  del año 2000, 5.000 mujeres en un solo coro dijeron: "No parimos hijos para la guerra”. La declaración se produjo en Barrancabermeja durante la clausura del Encuentro por la vida, la Paz y la No Violencia Contra la Mujer, que contó con el respaldo de organizaciones no gubernamentales de Austria, México, España, Alemania y de las Naciones Unidas. Más de una década desde entonces y cuando ya teníamos esperanza de paz, después de un trabajo arduo  como ciudadanía permitimos que las políticas de la guerra volvieran a tomar el control. 

Los delincuentes que nos regresaron  la guerra no son la mayoría de guerrilleros y los políticos que se  benefician con la guerra nos quieren hacer creer que porque un grupo pequeño decidió no hacer la paz  necesitamos alimentar la guerra.

Una guerra de más de 50 años  fue detenida por el gobierno de Juan Manuel Santos. Así se nieguen a aceptarlo los propagandistas de los hacedores de la guerra. El conflicto de hoy es una nueva guerra armada por unos cuantos recalentados  líderes guerrilleros que no supieron cómo hacer la paz. Que la paz les quedó grande. Que nadie nos convenza de lo contrario. Y debemos ser firmes en afirmar que  esta nueva guerra está siendo usada por los de siempre para regresarnos al pasado. Hace años no teníamos elecciones tan violentas, hace años no sentíamos que la muerte nos respiraba  al oído naturalmente como el rayo de sol de la mañana que nos ilumina los días. 

Más allá de la geopolítica y de los intereses transnacionales de turno, es fácil detectar una constante en la historia: las guerras siempre las pierden las mismas personas.

Se levantan banderas y escudos, se cantan himnos, se empuñan armas, se exhorta a la masa, se habla de valentía y cobardíabn y se gritan consignas fieles a distintas orillas ideológicas o a nacionalismos calcados entre sí que solo se diferencian en el nombre de la patria que usan como excusa. Nunca falta un credo que bendiga a las distintas tropas ni las voces grandilocuentes, acaudaladas e influyentes que están listas a enardecer el ambiente y, máximo, a poner dinero, pero nunca a exponer la vida propia. Así ha sido siempre. 

Y más allá de que se pelee con espadas, fusiles, minas antipersonales, cilindros de gas o armas nucleares, y de que la financiación venga de impuestos legales o ilegales o del tráfico ilegal de turno, los horribles resultados terminan pareciéndose bastante: miles o millones de personas muertas, en general las más pobres, las que habitan los campos, las zonas más apartadas o los cinturones de miseria, las que no pudieron sobornar a nadie para evadir el horrendo campo de batalla; montones de personas que quedan en condición de discapacidad, sea por los daños físicos o por los psicológicos que producen estos enfrentamientos; grandes cantidades de hogares destruidos, sea por las muertes o heridas de algunos de sus integrantes, por las pérdidas económicas o por el tremendo drama del desplazamiento.

En las guerras siempre pierden las mismas personas: las niñas y las mujeres, siempre botín de las tropas y, cada vez más, integrantes de las tropas: en las guerras las agresiones sexuales se multiplican y llegan a sus peores expresiones, ensañándose también de formas terribles con las personas con expresiones diversas de su sexualidad. La violación sigue siendo una aterradora arma de guerra que incluso afecta también a los hombres heterosexuales.

Y claro, las minorías étnicas siempre salen perdedoras de estos conflictos: siempre terminan peleando una guerra que no escogieron, instrumentalizadas como carne de cañón, y al igual que buena parte de la población civil, extorsionadas por todos los bandos para terminar juzgadas y violentadas por todos los bandos.

La guerra siempre la pierden las mismas personas, por no mencionar al planeta y a sus otros seres vivos, que siempre padecen la decisión de unos cuantos humanos de embarcar a los pueblos en dantescas confrontaciones en las que solo ganan unos cuantos caudillos, los fabricantes de armas y los mercenarios más astutos y perversos. La guerra no es un accidente del sistema, es parte integral y funcional de él y, de hecho, es el punto culminante de la desigualdad y la miseria humana. 

Como país no nos podemos dejar embarcar ni en una guerra con otro país ni en otra guerra civil como la que estamos intentando frenar tras los acuerdos de La Habana. Ese es un camino que aunque ya hemos transitado sobradamente con resultados catastróficos hoy pareciera ser la alternativa de muchas personas que fingen no saber lo evidente: que en cuanto a la guerra las cosas siempre pueden ser peores de lo que hemos visto y vivido hasta la fecha.

Nosotras somos las resistencia . Nosotras debemos insistir mientras tengamos vida: 

No parimos hijos para la guerra. 

* Ideóloga feminismo Artesanal 

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