¿Por qué será que los batracios saltan?

Felipe Jánica
26 de febrero de 2018 - 02:10 a. m.

Gran controversia está causando en Latinoamérica el camino que se viene abriendo la izquierda. Ad-portas de unas elecciones presidenciales tanto en México como en Colombia, los candidatos, que hasta ahora, están mandándola parada en las encuestas son candidatos de declarada intención izquierdista. Esto más que llamar la atención ha generado un miedo generalizado que además exacerba la polarización. Un pueblo ávido de soluciones de fondo a sus necesidades insatisfechas es el que se apresura, sin lógica, por catapultar los mensajes de sus nuevos líderes de marcado pensamiento extremo.

Sí, es cierto que estamos en proceso electoral en el que los mensajes, a un pueblo sin memoria, calan más por necesidad de querer escuchar lo que anhelan. Pero de eso tan bueno no dan tanto, dice el adagio popular. Sería interesante que las propuestas que dicen ser estructurales se evidenciaran con cifras y con un modelo predictivo que se base en la realidad, es decir con la historia y no con uno base cero que sea poco creíble. El constructo de repartir equitativamente, desde un centralismo dictatorial, la riqueza es algo que no sólo es poco creíble sino que es de reconocido fracaso.

Fascinante resulta también la polarización que se ha generado en redes sociales. Resulta peligros incluso dar un “like” o se prudente y no darlo. La génesis del odio tiene sus raíces por pensamientos extremos, esos que se tornan timoratos a la hora de demostrar, con evidencia contraria, la cruda realidad. Sigo convencido que los mensajes superficiales de odio a los pasados jefes de estados no son más que un caballo de batalla mediático que busca impregnar de operaciones aritméticas negativas: restar en lugar de suma y dividir en lugar de multiplicar. Claro, todo esto es caldo de cultivo para los neófitos ávidos de soluciones inmediatas.

Sigo creyendo que la solución definitiva para nuestros países, en especial Colombia y México, es la puesta en marcha de reformas estructurales donde prime la educación como su eje principal. Educar a un pueblo, con pensamientos superficiales, , debe ser la tarea de cara la búsqueda de un futuro promisorio, del que se beneficiarán los hijos o nietos de nuestros hijos. Liderar con el ejemplo y enseñar a pescar y no a darle el pescado, debería ser el pilar de la transformación generacional. El error en el que no podemos caer es en pensar que un candidato de izquierda o de derecha extrema es quien nos puede ayudar a solucionar problemas de fondo. Si queremos creer en los discursos ligeros exacerbados de mensajes cargados de ilusión pero con poca o nada evidencia de éxito, el camino será el de una autodestrucción. Es por eso que nuestro deber es saber elegir. Para ello es necesario que se revise y se comprenda el contenido de los programas de gobiernos propuestos y cómo éstos se contrastan con la realidad actual y con la capacidad de ejecución.

Sigo convencido que el asunto de fondo es que los ciudadanos estamos y nos hemos acostumbrado a la filosofía aristoteleana: el fin justifica los medios y no a la kantiana: hacer lo correcto. Así las cosas, si todos somos aristoteleano es fácil argumentar que los candidatos de izquierda y derecha extrema están del mismo lado, pues su fundamento se centra en llegar al poder cueste lo que cueste. Unos pagando por ello y otros no sólo pagando por ello sino adoctrinando a todo neófito que anhela escuchar lo que quiere escuchar. Así las cosas, es bueno que los ciudadanos dejemos de polarizarnos en torno de un candidato u otro. Lo importante es que sepamos elegir y para ello es necesaria una alta dosis de desconexión con los mensajes ligeros. Lo importante acá es aprender o desaprender de aquella mentalidad de casino, es decir una en la dejemos de creer en quimeras, o sino acudamos a la memoria perdida, especialmente a aquella que llevó a más de uno a apostar en riqueza efímera prometida por pirámides. Como dicen en mi tierra popularmente: Sigue creyendo que el sapo brinca por es de caucho.

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