¿Por qué son tan atípicas estas elecciones?

Alvaro Forero Tascón
26 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

El comportamiento atípico de estas elecciones presidenciales tiene una causa: el proceso de paz con las Farc, que al descongelar la política la atomizó, y al dividir al establecimiento la polarizó.

Esa combinación explica porqué la polarización no generó dos grandes bloques mayoritarios, sino que hoy las alternativas políticas son más variadas que nunca, con verdadera opción de poder, lo que sería una apertura democrática sin precedentes en la historia de Colombia. Están pasando trabajos para llegar a segunda vuelta, desde los sectores caudillistas que ganaron las últimas cuatro primeras vueltas, las grandes maquinarias electorales de los partidos, hasta los sectores de centro con apoyo entre los votantes de opinión urbana de clase media.

Al ser el factor legitimador del sistema político, el conflicto armado no solamente mantenía por fuera del juego electoral a la izquierda radical, sino que cohesionaba al establecimiento político y empresarial alrededor de intereses militares. Con el proceso de paz se sintió amenazado de extinción el sector político más conservador, que había logrado durante la primera década del Siglo XXI una supuesta hegemonía política mediante el populismo de derecha anti Farc y anti élites pro Caguán, al punto que decidió lidiar una lucha frontal contra el gobierno Santos. Al hacerlo, dividió al establecimiento como en los años 40 del siglo pasado. El Gobierno se quedó con el establecimiento político, el estamento militar y el apoyo internacional, mientras que el uribismo se quedó con el grueso del establecimiento económico y el estamento religioso.

Es decir, el proceso de paz produjo el destape de la extrema derecha y el ingreso de la extrema izquierda, normalizando la vida política luego de casi 60 años de rechazo a los extremos por las heridas de La Violencia. Pero esa puja entre institucionalismo —representado en Santos y apoyado en el sistema político clientelista— y caudillismo —representado en Uribe y basado en el populismo autoritario— no solo dividió electoralmente al establecimiento de derecha entre Germán Vargas Lleras y el candidato uribista. Puede haber generado un daño colateral: el populismo de derecha le habría abierto el camino al populismo de izquierda. Porque los sectores populares “emberracados” por casi seis años de antipolítica uribista contra el Gobierno, la justicia, los partidos, el Congreso, la sociedad civil, los medios, hoy no encuentran mayor atractivo en ese partido de derecha, enfocado más en reducir impuestos, recortar el gasto público y el tamaño del Estado, y con sus banderas populistas desgastadas por el fin de las Farc y la estela de escándalos de ilegalidad. Esas mismas masas indignadas moralmente, especialmente las más humildes y los más jóvenes, parecen estarse sintiendo atraídas por otra oferta populista más actualizada, contra la corrupción y las élites, desde la izquierda.

En segunda vuelta podría no haber una disputa entre institucionalismo y populismo, como se creía, sino entre dos populismos, de derecha y de izquierda, unidos por una estrategia, la antipolítica, y una obsesión, llamar a una constituyente para hacer “trizas” la Constitución, introduciéndole un sesgo autoritario acorde con su condición caudillista.

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