¿Por quién doblan las campanas?

Augusto Trujillo Muñoz
15 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Con el triunfo del Estado de derecho sobre las dictaduras europeas que se incubaron en el período de entreguerras, se abrió el horizonte adecuado para cimentar los principios de libertad e igualdad, dentro de un orden jurídico. Los fascismos quedaron en el pasado y la caída del muro de Berlín enterró bien hondo los comunismos. La democracia liberal quedó dueña de un mundo que ya no era binario sino plural. La convivencia queda al alcance de la mano y va a cimentarse a partir del reconocimiento del otro. El conflicto entre izquierda y derecha quedó atrás y se privilegió la idea de unidad en la diferencia.

Se abría un espacio apto para construir instituciones con capacidad de controlar el poder y garantizar la libertad ciudadana, la equidad social, los consensos políticos. La vieja tesis de que la guerra es una forma de hacer política por otros medios dio paso a la idea de que la política es el sustituto de la guerra. Como lo apunté en columna anterior, la fórmula era clara para todo el mundo y América ibérica la recogió en sus cartas constitucionales: Estado social de derecho y economía social de mercado.

A poco andar la fórmula se resintió y el mundo mostró desajustes. Los primeros fueron secuela del Consenso de Washington, seguidos por la proclamación del socialismo del siglo XXI. Amin Maalouf, un escritor libanés residente en Francia, habló de un desajuste intelectual y político, económico y climático. Yo creo que, además, hubo un desajuste ético. El propio Maalouf se preguntó si la humanidad había llegado al techo de su incompetencia moral. Quizá podría preguntarse, a la manera de Hemingway, si por esa razón es que doblan las campanas.

Llegué a pensar que el presente podría ser el siglo de América ibérica. Pero resultó prisionera del pasado. Revivió la bipolaridad, ya superada, entre derecha e izquierda y terminó defendiendo selectivamente la democracia y/o la dictadura preventiva, según los grados de ideologización, de fanatismo o de conveniencia: unos y otros respaldan, por ejemplo, la protesta social en Bolivia pero la condenan en Chile, o al revés, y lo hacen con rabia, sin consideraciones frente al otro, con sectarismo.

Como escribió el editorialista dominical de El Espectador, en Colombia se llegó al extremo de afirmar que el paro anunciado para el 21 de noviembre no era parte de una protesta sino de una conspiración. Por Dios, eso es ingenuidad, o torpeza, o perfidia. Así actuaban los fascismos. Solo falta que ahora nos resulte aquí un fascismo del siglo XXI, con el mismo nombre o con otro, pero con las mismas prácticas intimidatorias. Esa sí que sería una amenaza para el Estado de derecho y para nuestro sistema de valores.

Tomé el título de esta columna de la célebre novela de Hemingway, que se desarrolla durante la guerra civil española. Explora la ideologización y el fanatismo. El novelista recuerda al poeta inglés John Donne, quien desde el siglo XVII respondió la pregunta, diciendo: Nadie es una isla… cada hombre es un pedazo del continente, un pedazo de la tierra. Si el mar se lleva un terrón, todo el continente queda disminuido… La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad. Por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.

@Inefable1

* Exsenador, profesor universitario.

 

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