Por un 2019 con menos burocracia

Mauricio Rubio
27 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

Mientras la frontera entre lo público y lo privado se desvanece, crece un monstruo difícil de domesticar: la burocratización, antesala de la corrupción.

Al caer la Unión Soviética, David Shaw, gurú de Wall Street, contrató un grupo de cerebros para imaginar inversiones prometedoras. Entre ellos estaba Jeff Bezos, futuro fundador de Amazon.

Era una de las primeras incubadoras de negocios en la red, con ingenieros e informáticos sin experiencia comercial. Shaw anticipó que internet, invento militar, se extendería de la universidad a los negocios y allí buscaba ganancias. Bezos propuso vender libros en línea, pero renunció a su jugoso salario para instalarse en Seattle y sacar adelante la idea. En 1995 nació Amazon, que sería la librería más grande del mundo, como la selva y el río.

Desde el principio, para Bezos y los inversionistas la prioridad ha sido crecer. Muy pronto, sin recibir utilidades pero convencidos de las perspectivas del negocio, los accionistas le inyectaron mil millones de dólares. Machacar que los resultados a corto plazo son engañosos ha sido una constante: sin utilidades para repartir, generan altos ingresos que reinvierten en la empresa. El manejo operativo se basa en conocer a fondo la clientela, satisfacerla y seducirla. Qué contraste con cierta burocracia kafkiana frente a la ciudadanía: exigencias y desprecio.

La fórmula Bezos de la eterna juventud organizacional requiere: uno, enfocarse en el output, no en los procesos; dos, tomar decisiones rápidas; tres, calibrar el entorno, mirar siempre hacia afuera, y cuatro, desconfiar de dogmas y aproximaciones, guiarse por información directa.

Al consolidarse, muchas organizaciones se centran en el ceremonial, no en los resultados: ahí termina el Día 1. Aún se pueden tomar buenas decisiones, pero serán lentas. “El Día 2 es el estancamiento, después la irrelevancia, luego un declive atroz, doloroso”, sentencia Bezos sobre las secuelas de la burocratización. Para Camille Paglia, esa tara “siempre lleva al autoritarismo, es intrínsecamente mecánica, estúpida, autorreplicativa, parasitaria y escandalosamente inútil”. Por algo el feminismo dogmático y anquilosado la detesta.

Un ingrediente crucial del Día 1 es la obsesión por la clientela, que “está siempre hermosa y maravillosamente insatisfecha, incluso cuando manifiesta que todo funciona bien”. Mantenerse en forma requiere “experimentar con paciencia, aceptar errores, sembrar semillas, proteger retoños e inclinarse agradecido ante la satisfacción del cliente”. Por último, el principio de “discrepar y comprometerse” permite conservar agilidad. No toda decisión debe ser unánime: está bien oponerse, manifestarlo, siempre que se trabaje por un objetivo común. Esta opción es más rápida y eficaz que buscar consensos. Tales herejías de Bezos escandalizarían a cualquier burócrata, del sector público o el privado, donde pelechan el fraude y la captura de rentas.

Fijando precios bajos, Amazon registra un crecimiento asombroso, genera ganancias exiguas pero se expande vertiginosamente; así se ha posicionado en el centro del comercio electrónico y ahora es intermediario esencial para muchísimas empresas. Su estructura y comportamiento conllevan riesgos de abuso por posición dominante, pero ha logrado evadir el escrutinio antimonopolio.

Los EE. UU., líderes en regulación económica, proclaman que el objetivo del antitrust es proteger al consumidor. Aunque deberían tener en cuenta múltiples factores, las autoridades se preocupan básicamente por los precios. La inclinación típica del monopolista ha sido siempre aumentarlos. Sin embargo, muchas empresas digitales no quieren subirlos. Al contrario, ofrecen bienes y servicios gratis, o al costo. Con esa estrategia, que desafía dogmas de la microeconomía, es imposible probar que infringen la legislación. Además, acumulan montones de clientes.

Lina Khan, experta en derecho de competencia, señala la paradoja: Amazon monopoliza mercados sin que una sofisticada legislación se lo impida. “El marco conceptual antimonopolio, que ata el concepto de competencia al bienestar del consumidor, medido por el efecto precio, no capta la arquitectura del poder de mercado en la economía moderna. No sabremos qué daños potenciales a la competencia plantea el dominio de Amazon si la seguimos calibrando por los precios”. Khan sugiere analizarla como infraestructura: cualquier empresa debe contar con ella para acceder al mercado. “Es el ferrocarril del siglo XXI”, anota esperando que la metáfora aporte luces sobre cómo regular un engendro tan atípico. Con respaldo académico, el antitrust también se burocratizó.

Privilegiar el Día 1 es la antítesis de la filosofía centrada en la liturgia correcta y desconectada del bienestar de las personas. Que lo digan los chalecos amarillos. A punta de zanahoria, Amazon ha logrado expandirse y cautivar más seguidores que muchos burócratas, tiranos con garrote o progresistas con “diálogo social”. Por eso quienes predican el modelo estatista, planificado, incluyente, humano, para todas y todos, o sea el Día 3, 4, 5… le tienen aversión, pero ni siquiera por ser monopolio: les aterra que sea capitalista. El tren se les fue hace décadas.

Les deseo un 2019 abundante en decisiones ágiles, sensibles y con polo a tierra.

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